Peligra la ley de neutralidad

La Jornada

Desfiladero
Jaime Avilés

Prohí­be que nuestro paí­s participe en guerras

¿Abolirla fue exigencia de Bush en Mérida?

¿Calderón será el tercer emperador de México?

Suprimir la ley permitirí­a que las fuerzas armadas del paí­s participaran en conflictos bélicos de otras naciones

Si la resistencia civil pací­fica no se moviliza, si Andrés Manuel López Obrador no interviene enérgicamente este fin de semana, si triunfa la estrategia mediática de la derecha diseñada para que el tema pase desapercibido ante la opinión pública, el martes próximo la Cámara de Diputados derogará la llamada "ley de neutralidad" que por más de medio siglo impidió que México participara en guerras internacionales o alojara en su territorio a tropas extranjeras.

La disposición prohí­be, en sus cuatro artí­culos, que en nuestros puertos y aguas permanezcan submarinos y barcos de bandera ajena a la nuestra, equipados para usos de guerra; que utilicen nuestro espacio aéreo aviones y helicópteros extranjeros a fin de atacar a otros paí­ses, o que aviones de combate despeguen con fines bélicos desde portaviones estacionados en los lí­mites marí­timos mexicanos.

¿A quiénes les pueden estorbar esas restricciones? ¿Por qué de repente quieren eliminarlas los diputados del PAN que anteayer, durante el debate que al respecto sostuvieron en el Congreso de la Unión, argumentaron que la citada ley "carece de efectividad desde 1942, cuando el Ejecutivo declaró la guerra a las naciones del Eje"? ¿Por qué no tomaron en cuenta que, en aquel mismo año y gracias precisamente a esa norma, Washington no pudo obligar a México a instalar bases militares estadunidenses en la pení­nsula de Baja California, ni 20 años más tarde en la de Yucatán, a raí­z de la crisis de los cohetes nucleares en Cuba, ni en ninguna otra parte hasta la fecha?

¿De dónde les viene la inexplicable urgencia de suprimirla? ¿Estamos ante una exigencia secreta que, durante su reciente visita a Mérida, George WC le planteó a Felipe Calderón? ¿Con qué intenciones? ¿Para hacer posible qué? Nada bueno, sin duda. El Ejército Mexicano deberí­a ser el primero en preocuparse por lo que ya se vislumbra como un nuevo disparate del gobierno de facto en materia de seguridad nacional. Si la ley de neutralidad desaparece, Calderón podrá enviar oficiales y soldados a cualquier lugar del planeta que Bush le indique.

Pero la sociedad civil tendrí­a también que alarmarse ante la posibilidad, no descabellada en absoluto, de que sus hijos fueran reducidos a carne de cañón, para garantizar que el imperio siguiera apoyando al equipo de inexpertos que se robó las elecciones de julio, y que no ha hecho sino cometer errores, aumentar su desprestigio, empeorar las condiciones de vida del pueblo, hundir al paí­s en un baño de sangre y poner incluso en entredicho la confianza que le brindaron sus patrocinadores, ahora atónitos ante la inagotable torpeza de tan deplorables marionetas.

Hace tres sábados, Desfiladero abordó la crisis entre Inglaterra e Irán provocada por la captura de 15 espí­as británicos en aguas territoriales de la antigua Persia. El episodio renovó las trágicas expectativas que existen acerca de una posible agresión con armas nucleares estadunidenses al paí­s de los ayatolas chií­tas. La tensión, por fortuna, se disipó tan pronto como habí­a surgido, mientras diversos analistas se preguntaban por qué los servicios de inteligencia militar de Rusia poseí­an tanta información acerca de lo que tramaba Bush.

En medio de la confusión creada por ellos, Guillermo Almeyra precisó que las supuestas "filtraciones" del Pentágono acerca de la invasión a Irán eran parte de una estrategia para acostumbrar a la opinión pública a pensar en una guerra que estallará tarde o temprano. ¿Durante su entrevista con Bush en Yucatán, Calderón ofreció la participación de México en esa contienda?

En un escenario tan convulsionado, México no deberí­a abolir la pequeña ley que lo presenta ante el mundo como un paí­s neutral, amante de la paz y de las soluciones negociadas. Por desgracia, desde el pasado primero de diciembre, la conducción de la polí­tica exterior está en manos de individuos que nunca habí­an gobernado a nadie y que ahora, asfixiados por las consecuencias de sus graví­simos errores internos, quizá recuerdan haber leí­do en algún manual para principiantes que en estos casos todaví­a pueden tratar de convertirse en protagonistas de la escena internacional.

Así­, a falta de nada mejor que hacer, Calderón ha decidido convertirse en "lí­der de Centroamérica" (sic), reviviendo por supuesto el sueño imperial de Agustí­n de Iturbide que, tras la consumación de la Independencia en 1821, logró la anexión de Chiapas, Guatemala, Honduras y Nicaragua durante pocos meses. Era imposible que a un ultraconservador como el que ahora ocupa la oficina principal de Los Pinos se le ocurriera otra cosa, mientras sus opositores luchan desde la izquierda por la fundación de la cuarta república.

Con todo lo ridí­culo que parece, el proyecto de nuestro tercer emperador en grado de tentativa -el segundo fue Maximiliano- ha entrado en vigor con el anuncio de que México impulsará de nuevo el Plan Puebla-Panamá, que Bush le enjaretó a Vicente Fox con la intención de trazar una lí­nea de continuidad en la acción contra el narcotráfico y la guerrilla entre Estados Unidos, Centroamérica y Colombia, paí­s este último donde la Casa Blanca ha invertido multimillonarias sumas en dólares destinadas a la compra de armas, municiones y transportes, así­ como al adiestramiento de soldados y paramilitares.

El objetivo del Plan Colombia -concebido como prolongación del Plan Puebla Panamá, que la incompetencia de Fox redujo a polvo- no es otro que el de combatir con recursos legales e ilegales a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), que controlan ya casi la mitad del territorio de aquel paí­s, en el que han establecido nuevas formas de gobierno allí­ donde el Estado nacional desapareció hace muchos años. Pero en México, donde el Estado nacional todaví­a no desaparece por completo, Calderón ha resuelto aplicar la misma fórmula en Chiapas.

De acuerdo con los reportes más recientes de Hermann Bellinghausen, en aquellas selvas del sureste mexicano las secretarí­as de la Defensa Nacional y de la Reforma Agraria están favoreciendo el desarrollo de nuevas organizaciones paramilitares al estilo colombiano. Se trata de grupos adiestrados por oficiales del Ejército que cuentan con armas y equipos de transmisiones de última generación y que están ganando adeptos entre prií­stas, perredistas, zapatistas, católicos y protestantes mediante una oferta irresistible: obtener tierras de cultivo, certificadas por la Reforma Agraria, a cambio de que se incorporen a sus filas para luchar contra el EZLN.

El martes próximo, hay que repetirlo, mientras la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprueba la despenalización del aborto -mediatizada por los chuchos para complacer al PAN-, la Cámara de Diputados destruirá la ley de neutralidad, o al menos los legisladores prianistas intentarán hacerlo para que además de jugar a las guerritas contra el narcotráfico, Su Alteza, el emperador Calderón, pueda empezar a prepararse para invadir Irán, Siria, Venezuela, Cuba, o lo que napoleónicamente le apetezca.