La derrota de Goliat

Interesante reseña polí­tica, casi rallando en el chisme de espectáculos; pero que en parte permite explicar lo que sucedió en el Congreso del PRD.

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Estrictamente personal
Raymundo Riva Palacio
24 de agosto de 2007

* Como siempre, su aceleramiento polí­tico y falta de cálculo hizo que ‘Los Chuchos’, la corriente más numerosa dentro del PRD, perdieran poder frente a López Obrador y sus fieles

Llegaron con la maquinaria del partido afilada al Congreso Nacional del PRD el fin de semana pasado. Gracias al control que tiene la corriente de Nueva Izquierda, conocida como Los Chuchos, habí­an logrado alinear a todo el aparato para lanzar su división Panzer sobre los fieles de Andrés Manuel López Obrador. Desde el Senado, sus máximos exponentes Carlos Navarrete, coordinador de la fracción del PRD, y René Arce, quien tiene el control polí­tico del partido en el Distrito Federal, los empujaron a dejarse ir con todo sobre las huestes del ex candidato presidencial, a quien consideran el nuevo caudillo. Este domingo era el momento para dirimir no sólo la lí­nea polí­tica del partido a futuro, sino su posicionamiento para la presidencia del instituto que conducirá los procesos electorales de 2009 y 2012.

Parecí­a que ese serí­a el desenlace por el trabajo que habí­a hecho Nueva Izquierda dentro del partido desde hace años, cuando empezaron a tomar el control polí­tico del aparato. El Congreso parecí­a un mero trámite. Habí­an sido ellos quienes organizaron la elección de delegados en el paí­s y colocado a sus cuadros, organizado las votaciones, escrutado los votos y asumido el cómputo. Nunca antes habí­an tejido tantas alianzas, con los ex rosaristas que encabezan el coordinador de la fracción del PRD en el Congreso, Javier González Garza, y el senador Pablo Gómez, con la vieja lí­nea (muy) dura de la corriente cí­vica, donde se encuentra un histórico de la izquierda, Mario Saucedo, y con el importante bloque de perredistas del estado de México encabezado por el senador Héctor Bautista. Además, restablecieron sus viejos ví­nculos con el grupo de la gobernadora de Zacatecas, Amalia Garcí­a, que tiene un peso polí­tico y simbólico dentro del partido.

Con todas las estrellas alineadas a su favor, no pudieron dar el salto para arrebatar los liderazgos a López Obrador y tomar la lí­nea polí­tica del partido, en la cual dejaban abierta la posibilidad de iniciar un diálogo con el presidente Felipe Calderón a partir del próximo año, ni colocar a su lí­der Jesús Ortega como la figura imbatible para contender por la presidencia del PRD, donde tiene como rival al apocado ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, delfí­n de López Obrador.

Les sucedió lo que les ha pasado muchas veces antaño. En el momento de la verdad, su base en el partido se distancia de la cúpula al reprobar su forma de conducirse en las coyunturas. Los Chuchos, considerados el ala más moderada y reformista del partido, fracasaron ante la percepción de que se habí­an vendido al enemigo, en este caso Calderón, a través de negociaciones con el PAN en el Congreso, y con Manlio Fabio Beltrones, del PRI, en el Senado. Nadie dentro del PRD puede probar si, en efecto, existen esos compromisos, pero la sola sospecha provocó su derrota en el Congreso Nacional.

La corriente de Los Chuchos habí­a crecido de una manera tan sorprendente en la conquista de los espacios polí­ticos en el partido, que en las semanas previas al congreso los periodistas de televisión, radio y prensa impresa más opuestos a López Obrador, y por caprichosa coincidencia en varios casos, más cercanos a Calderón, comenzaron a manejarla como la posibilidad de derrotar al jefe polí­tico del PRD y como la oportunidad para romper su caudillaje, en la expectativa de que esa parte del PRD dejara de considerar ilegí­timoá al Presidente y establecieran un diálogo oficial y formal. En la catarata de elogios empezó a sufrir merma su poder.

Aunque Ortega leyó correctamente que ese apoyo de opinadores proclives a Calderón les estaba causando un rendimiento decreciente, Navarrete y Arce impulsaron la lí­nea de la confrontación en el Congreso, de acuerdo con perredistas que conocieron del entramado. Les dijeron que de cualquier forma iban a ganar, porque tení­an control sobre el 80% de los delegadosá, añadió uno de los perredistas.

El primer conflicto se dio cuando Los Chuchos encargaron a sus nuevos aliados ex rosaristas, en la pluma de Saúl Escobar, una autocrí­tica al manejo de la campaña de López Obrador. El primer borrador incluí­a una lí­nea donde señalaba que aun de no haber existido los errores de campaña, no se podí­a determinar si el resultado final de la elección hubiera sido diferente La interpretación polí­tica fue que esas lí­neas habrí­an llevado al reconocimiento oficial del Congreso Nacional de los resultados del 2 de julio y demolido la persistente lí­nea combativa de que lo que hubo fue un fraude electoral. Era una primera ventana que, a decir de colaboradores de López Obrador, dejaban abierta para un acercamiento con Calderón. Frente al rechazo de esas lí­neas, se volvió a redactar el párrafo. En los medios no se difundió el matiz, sino meramente que el acuerdo que alcanzaron las partes se limitaba a eliminar el nombre del ex candidato del documento final.

La segunda complicación se dio con la propuesta de Nueva Izquierda para aceptar un diálogo con Calderón en 2008. Una interpretación que manejan varios perredistas cercanos a López Obrador es que pudo haber sido un pacto de Nueva Izquierda con el PAN y el PRI en las cámaras, para que a cambio de reformas este año, les dieran los espacios polí­ticos para maniobrar en el siguiente la interlocución con el mandatario. Nuevamente hubo un rechazo al diálogo, que al ponerse a votación descubrieron Los Chuchos que aunque ganaron, estaban lejos del respaldo de bases que pensaban tení­an. Tuvieron el 60% del voto del Congreso, incluidos los apoyos de todas las corrientes con las que se aliaron. Para tranquilizar las aguas, el senador Navarrete afirmó que el PRD no dejarí­a llegar a la tribuná a Calderón el 1 de septiembre. En la esquizofrenia total, el moderado tomó una posición más dura que los duros del lopezobradorismo.

Al ver las secuelas internas y la división en el partido, pidieron una cita con López Obrador a la que llegaron dos horas antes de lo programado para poder platicar a solas con él. Contra la percepción general, el ex candidato no los llamó a cuentas y sólo los escuchó. Lo que oyó de los dirigentes de Nueva Izquierda fueron disculpas y galimatí­as. Lo que se difundió, le dijeron, realmente no es lo que quisieron decir. Biená, les dijo López Obrador de acuerdo con cercanos a él. Salgan a decirlo Eso hicieron. Esa noche recularon dramáticamente y se metieron en una nueva dinámica.

Si Navarrete marcó una lí­nea de intransigencia ante la presencia del Presidente en San Lázaro el dí­a primero, ¿cómo van a negociar los moderados ahora con el PAN y el PRI, con quienes Nueva Izquierda iba caminando de la mano? ¿Cómo van a desenredar el entuerto para evitar una crisis polí­tica? ¿Cómo recortar sus pérdidas y controlar el daño infligido? Tienen una semana para corregir, pero el desprecio con el cual los están viendo sus opositores parlamentarios y la burla que generaron sus inconsistencias entre los perredistas, nadie se las quita a este Goliat que volvió a perder la pelea.

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