
Una elección que causó orgullo
Submitted by nadezhda on Lun, 08/27/2007 - 09:46
Plaza Pública
Miguel Ángel Granados Chapa
El 6 de febrero del año pasado Bernardo Sepúlveda asumió en La Haya su papel de miembro de la Corte Internacional de Justicia, el poder judicial de la sociedad internacional. Había sido elegido en noviembre anterior por la asamblea general de la ONU, que reconocía en el diplomático y jurista mexicano su larga trayectoria en el campo del Derecho Internacional.
Sus antiguos alumnos y compañeros del Colegio de México sintieron justificado orgullo con esa elección, por lo que en enero de 2006 muchos de ellos se reunieron para subrayar las aportaciones de Sepúlveda a esa institución, al servicio exterior mexicano, a la política internacional de México y a los principios en los que se sustenta la convivencia en la sociedad internacional. Planearon un homenaje que ha cristalizado en el libro Bernardo Sepúlveda, juez de la Corte Internacional de Justiciá, que fue presentado en el Colmex el viernes pasado.
Sepúlveda, nacido en la ciudad de México en 1941, se tituló de abogado en la Universidad Nacional en 1964, y en seguida alcanzó el grado de maestro en Derecho Internacional en la Universidad de Cambridge.
Daniel Cosío Villegas, que había dejado de presidir el Colegio, pero conservaba una gran autoridad moral en sus tareas, sugirió en 1967 a Mario Ojeda conversar con el joven recién llegado de nuevo a México.
Ojeda, quien reemplazaría en su momento a don Daniel a la cabeza del Colmex y era a la sazón director del Centro de Estudios Internacionales, percibió la utilidad del enfoque jurídico que derivaría de la enseñanza de Sepúlveda, que oponía la vigencia del derecho a la aplicación ruda y desnuda del poder.
Por si fuera poco, el embajador Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa le habló de él con entusiasmo y quedó convenido en que Sepúlveda trabajaría medio tiempo en la docencia y el resto en la cancillería.
Quedaron así trazados los rumbos por los que ha discurrido la vida de Sepúlveda. A lo largo del libro no deja de ensalzarse la asiduidad a su curso, desempeñado aun en los años de sus requerimientos profesionales más exigentes, como su época de secretario de Relaciones Exteriores, en la que desplegó un intenso activismo.
Varios testimonios en la obra, aun los destinados a otro propósito, insisten en la calidad de enseñanza del profesor que debía sostener la validez de su tesis juridicista aun en circunstancias en que la política del poder se descarnaba, como ocurrió en 2003 con la invasión norteamericana a Iraq.
En el servicio público, Sepúlveda fue el primer director de Negociaciones Financieras Internacionales en la Secretaría de Hacienda, donde se preparó para el que hasta ahora ha sido su destino mayor en México, la titularidad de Tlatelolco. Su nombramiento, debido a Miguel de la Madrid, fue precedido por una breve permanencia en Washington, como embajador.
Durante esa estancia, probablemente, maduró su conciencia de que era preciso, para fortalecer la soberanía mexicana, desplegar el Derecho ante la utilización agresiva de la fuerza. En defensa propia, lanzó varias iniciativas que reivindicaban las bondades del multilateralismo.
Algunas de ellas concluyeron una vez logrado su propósito, como el grupo de Contadora, que tan eficaz fue en asegurar la paz en la región centroamericana. Otras han mantenido su vigencia, como el Grupo de Río, al que las nuevas realidades políticas latinoamericanas han conferido un renovado talante productivo.
Canciller de sexenio completo –no había ocurrido desde que Antonio Carrillo Flores lo fue bajo Díaz Ordaz, y no ha vuelto a ocurrir desde entonces–, Sepúlveda tuvo que lidiar con una envalentonada política norteamericana. La tensión entre él y su homólogo George Shultz, el secretario de Estado del primer perIodo de Ronald Reagan, queda expresada en estas contrastantes opiniones que fueron recogidas por Jorge Montaño en su aportación al libro de homenaje.
Cuando se reunió por primera vez con él, Shultz lo halló mercurial e irascible...á un muy inteligente operador político, no precisamente amigoá de Estados Unidos. De reversa, el mexicano vio a su colega en el Potomac como un hombre decente, bondadoso y bien intencionado, pero divorciado del talento político, débil de carácter frente a las intrigas de la Casa Blanc
Tras dejar la cancillería, Sepúlveda fue embajador en Londres y, a partir de 1997, miembro de la Comisión de Derecho Internacional de la ONU, que es una fuente nutricia de la Corte de La Haya. A ella llegó el ex secretario por primera vez como juez ad hoc en el caso de los mexicanos sentenciados a muerte en Estados Unidos sin contar en su proceso con la asistencia consular debida.
La posición mexicana fue compartida por ese tribunal internacional en una sentencia condenatoria a Estados Unidos, que Sepúlveda juzgó, sin embargo, ambigua en algunas de sus partes. La prestancia de su posición debe haber servido como valioso antecedente para su elección como miembro permanente de la Corte a cuyos integrantes no vaciló en cuestionar.
En medio de ambas actuaciones en La Haya, Sepúlveda vivió un episodio adverso que la elegancia y prudencia de sus homenajeadores los orillaron a soslayar. Puesto que yo no comparto esas cualidades, debo recordar que la Suprema Corte de Justicia de la Nación se quedó sin la valiosa pertenencia a su pleno de un jurista probado.
El Senado de la República, los grillos que lo dominaron el sexenio pasado, le jugaron una mala pasada, no por no haberlo elegido, que eso está en las reglas del juego, sino por fingir que deliberaban.– México, D.F.