El antiguo sistema todaví­a vive

Diario de Yucatán

Archivos muertosá

Lorenzo Meyer

Los archivos. Para una persona normal, pocas cosas pueden tener menos sex appeal que los archivos muertosá de la burocracia gubernamental. Esa memoria de papel se puede destruir –lo que ocurre con mucha frecuencia– o se puede guardar lejos del ajetreo cotidiano y acumular polvo y olvido. Sin embargo, hay una tercera posibilidad: que algunos de esos papeles, gracias a la intervención del investigador, retornen al mundo de los vivos para descubrirnos elementos del pasado que nos pueden explicar aspectos del presente e incluso incidir sobre el futuro.

Hace tiempo Sergio Aguayo logró tener acceso a una parte de los archivos del Centro de Investigación y Seguridad Nacional, y con ellos abrió una gran ventana para observar y juzgar la naturaleza de la guerra suciá que los aparatos de seguridad del Estado libraron contra la guerrilla urbana de Jalisco en los años 1970 ( La charola, Méxicoá: Grijalbo, 2001).

La Fiscalí­a Especial que se creó el sexenio pasado para investigar a fondo los crí­menes de Estado del antiguo régimen también mostró que los archivos guardan muchas historias del lado oscuro del régimen priista, aunque al final la fiscalí­a no supo o no quiso usar la voz de esos muertos para juzgar y condenar a los responsables. El eslabón más reciente en este interrogatorio del presente a los archivos muertosá que están muy vivos es obra de un periodista, Jacinto Rodrí­guez Murguí­a: La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poderá, (México: Random House Mondadori, 2007).

Trabajos como los de Aguayo o Rodrí­guez son resultado de la combinación de la pérdida del monopolio del poder polí­tico del PRI (que desembocó en la apertura de acervos gubernamentales hasta entonces casi inaccesibles) con la voluntad de académicos o periodistas de zambullirse en ese aparente mar muerto de papeles y pescar temas muy vivos. Esa combinación de oportunidad y voluntad hace que, como Lázaros de papel, los documentos resuciten y nos digan –en realidad, nos griten– la verdadera naturaleza del poder autoritario que nos gobernó a lo largo del siglo XX.

Y resulta que el espí­ritu y la forma del poder que emerge de los archivos no son muy distintos de los actuales, como lo demuestran un par de conspicuos ejemplos: los gobiernos caciquiles de Oaxaca y Puebla. Incluso existe el peligro de que ese pasado se transforme en la esencia del presente.

El Corazón de las Tinieblas. Los documentos de la Secretarí­a de Gobernación que Rodrí­guez recuperó del Archivo General de la Nación corresponden al Corazón de las Tinieblasá –para recordar a Joseph Conrad–, del México de los 1960 y 1970: a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y a la Dirección de Investigaciones Polí­ticas y Sociales (DIPS). Se trata apenas de una parte de la memoria de papel que está aguardando el compromiso, el tiempo y la energí­a de nuevos investigadores dispuestos a hacer la disección ( ¿o es vivisección?) del modus operandi priista.

En estricto sentido, nada de lo encontrado por Rodrí­guez nos puede sorprender, pero al documentar las prácticas ilegales e ilegí­timas del mando priista, se convierte en una base sólida, irrefutable, para juzgar y condenar una forma de ejercicio de poder que aún no ha sido llamado a cuentas.

Explorar La otra guerra secretá, de la misma manera que su autor lo hizo con los archivos que consultó, nos lleva a encontrarnos con la parte más teóricá o filosóficá del autoritarismo en su relación con la prensa, el tema central del libro. Esa teorí­á la constituyen un par de documentos, uno de autor desconocido y el otro de Jorge Joseph Piedra, donde se proponen y se someten a crí­tica, desde dentro, varios aspectos muy precisos del ejercicio del poder autoritario en materia de imagen.

El primer documento es todo un tratado de propaganda polí­tica –41 folios, Fondo DIPS, caja 2998– cuyas recomendaciones, de aplicarse a fondo, se asegura, permitirí­an al PRI hacer un mejor uso institucional y sistemático de todos los medios de comunicación disponibles –prensa, radio, televisión, cine, teatro, ediciones oficiales, carteles y relaciones públicas–. Si se lo propone, asegura el anónimo autor a la Secretarí­a de Gobernación de los años 1960, el régimen mexicano bien podrí­a alcanzar su ideal: una Tiraní­a Invisibleá ( ¿ la dictadura perfectá?).

Esa tiraní­a mantendrí­a las formas democráticas a la vez que permitirí­a al gobierno un control populará eficaz sin recurrir al uso de la violencia y el terror. Se trataba, en suma, de las sí­ntesis de las reglas de un arteá que, mediante el control de la comunicación –desde la noticia hasta el rumor–, instalara en el subconsciente de los mexicanos las ideas de legitimidad, respeto y obediencia a la autoridad establecida.

El otro documento, firmado el 7 de agosto de 1968 por Jorge Joseph Piedra en su calidad de agente confidencial de la Secretarí­a de la Presidencia –Fondo DIPD, caja 2012–, es un análisis menos teórico pero más directo sobre los errores que se habí­an cometido en la forma en que se habí­a reprimido hasta ese momento al movimiento estudiantil y que se deberí­an evitar en el futuro.

No es nada excepcional, pero enumera 10 descuidos del poder que habí­an llevado a que un conflicto secundario se transformara en una crisis polí­tica. Piedra, usando básicamente el sentido común, sostení­a que autoridades civiles y militares habí­an resultado incapaces de hacer un uso fino de sus instrumentos de fuerza y su brutalidad habí­a complicado innecesariamente el control de la rebeldí­a estudiantil.

Lo que ocurrirí­a después permite suponer que las ideas en torno a la propaganda ofrecidas por el autor anónimo fueron más o menos puestas en práctica pero no las segundas. La brutalidad aumentó al punto de que el 2 de octubre aún no se olvida. En suma, el mecanismo de control –la propaganda– tuvo éxito pero el mecanismo de autocontrol –limitar el uso de la fuerza– no.

Otros de los documentos encontrados por Rodrí­guez Murguí­a confirman algo que ya se sabe, pero que no está de más reconfirmar: el uso del dinero público para subsidiar y controlar publicaciones, aunque las cantidades muestran que periódicos y periodistas resultaron baratos. Una nómina con 29 entradas identifica con nombre y apellido o por tí­tulo de publicación –que van de Excélsior hasta el ya citado Jorge Joseph Piedra– a los beneficiados por los subsidios del gobierno, (pp. 348-349).

La materia prima de la prensa, el papel, es otro elemento discutido en estos documentos. El autor se detiene en el caso de Manuel Marcué Pardiñas y su revista Polí­tica, el principal órgano de crí­tica al régimen en los 1960. De Marcué el poder lo sabí­a casi todo por la ví­a del espionaje –desde su ideologí­a hasta sus enfermedades–. Y fue mediante el estrangulamiento en el suministro de papel como el gobierno logró que finalmente esa revista, que tiraba 25,000 ejemplares y articulaba el punto de vista de la izquierda, dejara de existir a partir de diciembre de 1967.

Al año siguiente el director de Polí­tica entrarí­a a prisión y de ahí­ no saldrí­a sino hasta 1971. No deja de ser revelador que en la nómina ya citada de personajes y publicaciones que recibí­an subsidios del gobierno (y de ser cierta) estuvieran también Marcué y Polí­tica. La cooptación y la represión se podí­an combinar sin problema, lo que explica que el mexicano fuese el sistema autoritario más exitoso del siglo XX.

Desde luego que el conocimiento puntual de lo que Marcué y otros miles de mexicanos hací­an y decí­an apunta a un gran sistema de espionaje interno: los infiltrados en reuniones, las conversaciones telefónicas interceptadas o simplemente grabadas por los funcionarios encargados del control polí­tico, etcétera.

La Conclusión. Para Rodrí­guez Murguí­a, la importancia de estos documentos no es que retraten la voluntad autoritaria del régimen priista, sino que prueban la voluntad de los medios de dejarse corromper, de llegar a un servilismo tan ridí­culo como el de Emilio Ascárraga Vidaurreta que, por escrito, agradeció un regaño que le hizo Gobernación por la manera en que un conductor de Televisa (Paco Malgesto) abordó temas de sexualidad (DIPS, caja 2961/A). No deja de tener su gracia que Gobernación se dijera escandalizada por el sexo mientras practicaba el espionaje, la represión y, llegado el caso, el asesinato.

No hace mucho, Jesús Silva Herzog, ex secretario de Hacienda, se preguntaba por qué la cobertura que la televisión habí­a dado al último congreso del PRD habí­a sido tan pobre a pesar de que el evento fue trascendente para la vida del paí­sá (La Jornada, 22 de agosto). La otra guerra secreta tiene la respuesta para el ex secretario: porque el antiguo sistema aún vive.– México, D.F.