Plaza Pública: Veracruz se tiñe de rojo

Diario de Yucatán

Miguel Ángel Granados Chapa

En tres años, el PRI recuperó terreno en Veracruz en tales proporciones, que puede afirmarse que ese estado se ha teñido de rojo. No sólo porque en el proceso electoral se derramó sangre –pues la violencia antes y durante la jornada electoral del domingo pasado cobró ví­ctimas–, sino porque el color escogido por los restauradores priistas –inicialmente en el Estado de México– para sustituir al desgastado emblema tricolor fue el marco para las victorias priistas en la elección legislativa y municipal.

Claro que falta aún la instancia judicial, de que podrí­an derivarse ajustes, pero no se eliminará y ni siquiera se atemperará la contundencia del triunfo del partido que en Veracruz actúa –y podrá hacerlo en mayor medida cuando sus candidatos ganadores tomen posesión– como en los tiempos en que lo dominaba todo.

En 2004, Fidel Herrera Beltrán ganó apuradamente la elección con menos de 40,000 votos de diferencia, menos del 2% en términos porcentuales. Su apretada victoria contrastó con el infortunio de buena parte de los candidatos de su partido. De las 212 alcaldí­as, el PRI ganó apenas un tercio, 71, y obtuvo 13 curules, insuficientes para mantener el control de la Legislatura –aunque no tardó el gobernador en remediar esa deficiencia cooptando opositores–.

En cambio, el Partido Acción Nacional ganó 14 diputaciones y progresó a pasos agigantados en la conquista de gobiernos municipales al ganar 88 ayuntamientos. La coalición de Convergencia, el PRD y el PT quedó en tercer lugar en todas las elecciones. Sus resultados fueron ambiguos, pues si bien alcanzó únicamente tres triunfos legislativos, retuvo o avanzó en el gobierno de 43 municipios.

Estas fuerzas opositoras al PRI fueron abatidas el domingo pasado. Las cifras del Instituto Electoral veracruzano no dejan lugar a dudas –aunque los totales pueden no ser significativos en comicios en que importa la división distrital y municipal–. En la elección de diputados el Revolucionario Institucional arrasó, pues quedó primero en 28 de las 30 diputaciones, con un total de 1.236,000 votos, casi medio millón por encima del PAN y 700,000 votos arriba del PRD-Convergencia.

El PRI obtendrá en el reparto de curules por representación proporcional dos asientos más; es decir, acumulará 30 de los 50 votos posibles. Acción Nacional compensará sus solitarios dos triunfos de mayorí­a con 13 de representación proporcional. Completarán el cuadro legislativo cuatro perredistas, dos miembros de Convergencia y uno del Partido Revolucionario Institucional veracruzano.

En el terreno municipal fue semejante el desastre panista. Aunque ganó Boca del Rí­o, un enclave que importaba centralmente al PAN porque su candidato es hijo de Miguel Ángel Yunes Linares, que administra el Issste en nombre y representación de Elba Ester Gordillo, perdió el puerto de Veracruz que habí­a ganado en las cuatro elecciones recientes.

En total, se quedó con sólo 31 municipios, ¡57 menos que los ganados hace tres años! La pérdida perredista –con sus aliados– fue abrumadora, aunque menos contundente en cifras relativas, ya que al pasar de 43 a 21 sólo perdió la mitad.

Varios factores explican la restauración priista. Por un lado, como ocurrió en Yucatán (donde el tricolor, o rojo, recuperó la gubernatura), el desgaste de los gobiernos municipales panistas se acentuó, o por lo menos quedó claro que no constituí­an realmente una alternativa, sino que eran considerablemente similares a los del PRI.

Por otra parte, el gobernador Herrera y el vasto aparato a sus órdenes desplegaron un activismo a la antigua usanza, que condujo a la oposición a caracterizar el proceso comicial como una elección de Estado Formado y fogueado en el uso de recursos públicos para impulsar a sus candidatos, Herrera no reconoció lí­mites en su clientelismo.

Al reparto de las cosas habituales –despensas, materiales para construcción– añadió ahora la distribución de útiles escolares con la enseña de la campaña priista: Fidelidad por Veracruz, el Diccionario Fiel, que denotan el culto a la personalidad, otra de las notas de la cultura polí­tica del Ejecutivo. La falta de escrúpulos del aparato llegó al extremo de aprovechar la entrega de ayuda a damnificados del huracán Deaná para hacer propaganda.

Dado que en elecciones de alcaldes la diferencia entre ganar o perder está señalada en municipios pequeños, escasamente poblados, por un puñado de votos, las alianzas concertadas por Herrera fueron eficaces. Relacionado de antiguo con Elba Ester Gordillo (que fue, todaví­a priista, factor relevante en su campaña para ser gobernador), el Ejecutivo local mantuvo, ahora él, su fidelidad a la profesora, que hoy encabeza un partido formalmente rival asociado con frecuencia con el PAN, firme antagonista electoral del partido de Herrera.

Con el Panal se alió el PRI en 196 municipios. Herrera llevó a su coalición también a Alternativa, que por ese equí­voco camino se puede ufanar de haber ganado sus primeros dos ayuntamientos, en los minúsculos municipios de Atzacan y Coetazala, en el segundo de los cuales se abrieron sólo tres casillas. Digamos al margen de la elección veracruzana que el aparente buen negocio que hizo el presidente de Alternativa Alberto Begné al pactar ese ví­nculo con Herrera (que le significará financiamiento como si hubiera ganado tres por ciento de los votos) le podrá resultar contraproducente en términos personales. No será remoto que lo venza Patricia Mercado en la lucha por controlar el partido.– México, D.F.