
¿Atentado a la libertad de expresión?
Submitted by nadezhda on Vie, 09/14/2007 - 14:51
Jueves 13 de Septiembre de 2007
Jueves no es un día apropiado para lanzar señales de humo
Victor Roura
Dada su empecinada postura mercenaria a lo largo de los años, de soldados disciplinados del PRI a guardianes del conservadurismo panista (y mientras el PRD no se apodere de la Presidencia de la República, meticulosos e indiscretos impugnadores de las posturas de este partido que insiste discursivamente en que es aún de ideología izquierdista, aunque sus miembros hayan dejado de serlo desde hace mucho tiempo), es difícil creer, ya, en los locutores de los noticiarios televisivos, los mismos que ahora, de manera aparentemente humilde, van hasta los senadores para rogarles que no "opriman" en México la libertad de expresión... ¡cuando son ellos, regidos por su sistema ferozmente capitalista en el interior de sus empresas, los que, vacilantemente, la han extorsionado, deprimido, burlado, censurado, violentado, mangoneado, los que se han servido de ella para preservar sus particularísimos intereses! Mas la pregunta esencial no es ésta, sino otra: ¿fueron estos adalides de la expresión por su propio pie o enviados, empleados finalmente que son de los emporios que cubren sus inmejorables honorarios, por sus respectivos patrones [magnates de los medios] para los cuales laboran, imposibilitados, éstos, de poder defenderse pues sus mediocrizados criterios los hacen visibles en la diaria programación, trivializadora y ofensiva, que presentan ante los inermes espectadores, cada vez más enajenados, ciertamente, debido a que ya no tienen armas opcionales con qué cultivarse?
Porque percibo, horrorizado, que los mexicanos nos vamos pareciendo cada vez más a la televisión nacional. Es decir, la homogeneidad en los "gustos culturales" (en lo que hacemos a diario, en la música que escuchamos, en los espectáculos que se programan en las carteleras, en las ociosas revistas que leemos) se ha convertido ya, en una parsimoniosa y regulada monotonía de la civilidad: se acepta sin rubor lo que aparece en la televisión, incorporándolo a las rutinas personales, que hacen desaparecer, o han hecho prácticamente ya desaparecer, los criterios individuales, únicos, los que hacen rodar finalmente al mundo. Esta analogía de pareceres, aparentemente gozosos, no son sino una impostación de lo que no es posible revelar a falta de una real diversidad de la exposición cultural en México, pues lo que hay en los aparadores es miserablemente impuesto, sí, por las empresas mediáticas, que han turbado la apacibilidad de la venturosa diversidad. Pues las distinciones no las otorgan ahora las clases sociales, si es que acaso hubiere ya alguna ( ¡lo mismo están encantado el estudiante del Tec de Monterrey con Alejandra Guzmán que el alumno del CCH Oriente, y hasta hablan con parecidas cortedades lingí¼ísticas), pues la uniformidad globalizadora que trae aparejada la televisión es sutilmente arrolladora. Acaso sólo pervivan las finuras en la ropa -y en las tonalidades de la voz-, pero lo mismo un adinerado hoy es tan vulgar y alburero, tan corriente en sus gustos "culturales", como lo es alguien que carece de propiedades: ¡cómo disfrutan [y la acepción puede contener diferentes grados de conmoción, por supuesto] ambos, digamos, a Cristian Castro o a RBD, aunque nunca, para qué, se pongan a analizar ninguna de sus entorpecidas canciones! Azcárraga Jean, por ejemplo, por lo que hemos podido apreciar en cada una de sus infaustas intervenciones, no supera en lo absoluto en inteligencia a ninguno de sus mediocrizados conductores de sus chismorreos televisivos, los cuales pululan en su empresa: dime qué programas y te diré quién eres... y no se necesita poseer mucho cacumen para percatarse del visible deterioro de la programación nacional, cada vez más chabacana y tendenciosa. Lo único que diferencia a Azcárraga Jean o a Salinas Pliego de sus empleados son sus yates, sus privilegios y sus miles de millones de pesos en el banco.
Por lo tanto fue demasiado curioso, más que extraño (pues la televisión mexicana, tan predecible, se ha olvidado de sorprender a sus televidentes), mirar juntos a los conductores de noticias de los distintos emporios televisivos delante de los senadores, cuando un poquito antes se odiaban hasta la muerte porque no podían compararse, creídos de sí mismos cada uno por su lado, portadores a su manera, y en sus exclusivos canales, de la verdad nacional. Ahí estaban, casi de la mano -iracundos, molestos, incómodos, engreídos, soberbios-; declarando ante los representantes de los partidos, sin vergí¼enza alguna, ¡que ellos gozaban de la credibilidad del pueblo!, a diferencia de los políticos, lo cual una cosa, que es cierta (lo segundo), no puede encubrir la audaz obscenidad de la aberración primera, a menos que reconozcamos en dicha tesis la global enajenación mexicana, donde la que sale derrotada es la inteligencia nativa, ya no es posible oír decir, por ejemplo, a una indignada Patricia Chapoy que los políticos no saben hacer televisión: ¿qué van a hacer con los 48 minutos "confiscados" ( ¡ahora incluso hablan los locutores de "robo" a sus arcas, Dios mío!) a las televisoras?, cuestionaba, irascible, con las mandíbulas presionadas por ¡ay!, el disgusto que la hicieron padecer los senadores, como si de veras los emporios mediáticos fueran los dueños del espacio aéreo territorial, y no unos afortunados concesionados que se han enriquecido codiciosamente a costa de la ignorancia en que han sumido, con la complicidad de los sucesivos gobiernos, al pueblo. ¡Todavía la Chapoy se atrevió a decir que los políticos jamás van a alcanzar el rating que ellos -tan capacitados; tan conocedores de las fórmulas del gusto popular... siendo que ellos son los que las han impuesto, manipulando, determinando, sopesado y divulgado- han obtenido con sus programas chuscos de badulaqueos rumorosos! Ahora sí están unidos, por fin, los "periodistas" de la televisión: los ha unidos su entristecida pérdida millonaria por lo que van a dejar de ganar en los próximos comicios (unos cuantos miles de millones de pesos, tal vez algo así como tres, modesta y raquítica suma), no por lo que ellos maldenominan atentado a la libertad de expresión, que no es tal, porque nadie les va a tapar la boca... para que puedan continuar perfilando sus parcialidades y perfidias informativas.
Porque, en efecto, retomando su disgusto por el affaire Chávez en el caso venezolano, ahora se empeñan en decir que la reforma de procesos electorales en lo concerniente a los medios electrónicos es, dicen, una censura a la libertad periodística, no siéndolo, cuando en verdad de lo que se trata es de una supresión a las canonjías inmerecidas a las que se habían acostumbrado ya los magnates mediáticos, como si fuera una obligación del Estado pagar a los concesionados por difundir sus comunicados. Pero, vamos, en su papel de mediadora política la televisión sólo ha sido recipiendaria de bienes económicos, pues no ha fungido nunca de intercesora imparcial (ya que siempre ha actuado de acuerdo a los soplidos de los vientos políticos) porque, de antemano, su raigambre es visceralista, no democrática. La que ha logrado los aires libertarios en los cuales vivimos hoy en día, pese a los políticos y a la televisión mexicanos, no ha sido este monolítico medio nacional sino, como ha ocurrido milenariamente en las sociedades oprimidas, una milagrosa -y a veces desapercibida- minoría denominada "sociedad civil", cuyos notables protagonistas, invisibilizados la mayoría, viven en las más modestas condiciones de vida.