Lanzan crí­ticas ante Calderón en acto de acceso restringido en el Auditorio Nacional

Fuente: La Jornada del 16 de septiembre del 2007

* En medio de los ví­tores se escapó un Viva López Obradorá y un No a la Ley del ISSSTEá

Arturo Jiménez

Fue en el Auditorio Nacional, la noche del viernes 14, la ví­spera de la ceremonia del Grito. El presidente Felipe Calderón quizá nunca se imaginó que allí­, rodeado de miles de militares de todos los rangos y con el ingreso controlado por las invitaciones, lo alcanzarí­an los reclamos del pasado reciente.

Sucedió que, en medio de los ¡Viva México!, ¡Vivan las fuerzas armadas!, ¡Vivan los secretarios! (de Marina y de la Defensa Nacional) y ¡Viva el Presidente!, se filtró un ¡Viva López Obrador! y un ¡No a la Ley del ISSSTE!

Era el final del concierto Coros y Ensamble de las Fuerzas Armadas de México, un interesante proyecto musical y de entretenimiento basado en la conjunción de, por un lado, la Orquesta Filarmónica y Coro de la Secretarí­a de Marina y, por otro, la Orquesta Sinfónica y Coro de la Secretarí­a de la Defensa Nacional, aderezado con sus respectivos grupos de mariachis.

Fue un espectáculo casi de í­ndole interna, gratuito con muy pocos invitados no miembros ni familiares de integrantes de las fuerzas armadas y que es parte de los festejos por el 97 aniversario de la Independencia de México.

Ese animado proyecto conjunto recuerda en mucho la energí­a y capacidad del Ejército Rojo de Rusia que acaba de visitar el paí­s para recrear las propias tradiciones musicales y dancí­sticas populares.

Y hace pensar que el espectáculo mexicano, que llega a manejar en un momento dado 200 músicos y cantantes en el escenario, deberí­a ser conocido por públicos más amplios y diversos, pese a que ya se ha presentado en la Sala Nezahualcóyotl y en diversos estados del paí­s.

Un danzón, un huapango

El concierto comenzó con media hora de retraso, a las 8:30, una vez que llegó el presidente Calderón, acompañado de su esposa Margarita Zavala y los secretarios de Marina, almirante Mariano Francisco Saynez Mendoza, y de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván Galván.

Entre los invitados habí­a además integrantes del gabinete legal y ampliado, legisladores, diplomáticos y representantes militares de otros paí­ses.

Mezcladas las orquestas, coros y mariachis, dirigidos en la primera parte por el teniente músico Rubén Darí­o Estrada Corona, y en la segunda por el capitán de corbeta Francisco del Carmen Hernández Ceballos, se ofreció un programa que combinó la llamada música culta y la música popular.

Del maestro Estrada Corona destacó sobre todo su versión del Danzón No. 2, de Arturo Márquez, interpretación impecable y sentida. El final de esa primera parte estuvo a cargo de la directora invitada, la capitana segunda música Laura Cristina López Piña, quien dirigió con alegrí­a y seguridad el Huapango, de José Pablo Moncayo.

Los lí­mites del colorido

Fue en la segunda parte, a cargo del maestro Hernández Ceballos, que vino la fiesta, la energí­a, la activación del sentimiento nacionalista, aunque también con predominio de cierto tono turí­stico y de folclorización que sólo ve como algo colorido la amplí­sima riqueza artí­stica y cultural del paí­s.

En las dos pantallas gigantes del Auditorio Nacional se sucedí­an imágenes de un México idealizado, más en el rito aligerado que en el mito ancestral, más en la fantasí­a que en el realismo, con esa tendencia a la promoción turí­stica por encima de una verdadera exploración de la diversidad cultural del paí­s. Una sucesión de paisajes, vacacionistas, iglesias, casonas, artesanos y algunas zonas arqueológicas.

El final del programa de mano, apoteósico y con disparos de aire y confetis que llegaron hasta Calderón, fue con una mezcla de México lindo y querido y ¡Viva México!

¡Cómo México no hay dos!, gritarí­a alguien, y entonces otros se animarí­an con los vivas, incluido el que mencionarí­a al ex candidato presidencial perredista. Luego del ¡ssshhh! de algunos, vendrí­a un encore con El siete mares, un himno para los marinos.

Y ya en el mero final, después de otros vivas, surgirí­a el grito contra la Ley del ISSSTE.