Una puerta más para los indí­genas

Diario de Yucatán

Derechos de los pueblos originarios

Felipe Arizmendi Esquivel (*)

La Asamblea General de las ONU aprobó el 13 de septiembre pasado la Declaración Universal de Derechos de los Pueblos Indí­genas, que beneficiará a los 370 millones de indí­genas en el mundo. Protege el derecho a la autodeterminación, al control de sus tierras y recursos naturales, a la preservación de su cultura. Reconoce su derecho a la autonomí­a o autogobierno en los temas relacionados con sus asuntos internos y locales. Sus territorios no pueden ser usados con fines militares ni para depositar residuos tóxicos. No deben ser desplazados de sus territorios si legalmente les pertenecen, y su reubicación ha de hacerse con su consentimiento previo. Los gobiernos deben preservar sus lenguas, tradiciones y culturas, evitar la discriminación y la explotación, procurarles trabajo, desarrollo, educación y salud, respetar sus formas de organización y gobierno.

En mayo los obispos de América Latina y El Caribe, reunidos en Aparecida (Brasil) para la V Conferencia General, declaramos: La Iglesia acompaña a los indí­genas en las luchas por sus legí­timos derechosá (No. 89).

Juzgar En el documento final, afirmamos: Los indí­genas constituyen la población más antigua del Continente. Están en la raí­z primera de la identidad latinoamericana y caribeñá (No. 88). Son, sobre todo, 'otros' diferentes, que exigen respeto y reconocimientoá (No. 89). Reconocemos, sin embargo, que la sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo su diferencia. Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza. Hoy, los pueblos indí­genas están amenazados en su existencia fí­sica, cultural y espiritual; en sus modos de vida; en sus identidades; en su diversidad; en sus territorios y proyectos. Algunas comunidades indí­genas se encuentran fuera de sus tierras porque éstas han sido invadidas y degradadas, o no tienen tierras suficientes para desarrollar sus culturas. Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diferentes. Su progresiva transformación cultural provoca la rápida desaparición de algunas lenguas y culturas. La migración, forzada por la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de costumbres, de relaciones e incluso de religióná (Nos. 89 y 90).

Después de muchos años de lucha emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Éste es un 'kairós' para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores humanos que reclaman el reconocimiento pleno de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados en cuenta en la catolicidad con su cosmovisión, sus valores y sus identidades particulares, para vivir un nuevo Pentecostés eclesialá (No. 91).

Actuar ¿Qué nos propusimos hacer? Como Iglesia que asume la causa de los pobres, alentamos la participación de los indí­genas en la vida eclesial. Vemos con esperanza el proceso de inculturación discernido a la luz del Magisterio. Es prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúrgicos a sus idiomas. Se necesita, igualmente, promover más las vocaciones y los ministerios ordenados procedentes de estas culturasá (No. 94). Con toda claridad decimos que nuestro servicio pastoral a la vida plena de los pueblos indí­genas exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico. Jesucristo es la plenitud de la revelación para todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas, incluidas las indí­genas. Por eso el mayor tesoro que les podemos ofrecer es que lleguen al encuentro con Jesús resucitado, nuestro Salvador. Que ningún pueblo indí­gena de América Latina reniegue de su fe cristiana, sino que, por el contrario, sientan que en Cristo encuentran el sentido pleno de su existenciá (No. 95).– San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

*Obispo de San Cristóbal de Las Casas