La generación que vio al ‘Che’

Fuente: El universal en Lí­nea de 2 de octubre de 2007.

Editorial EL UNIVERSAL
2 de octubre de 2007

Octubre está marcado por dos efemérides separadas por 12 meses en el tiempo pero unidas por un trágico hilo conductor: el asesinato del Che Guevara en 1967 y la represión gubernamental a los estudiantes en la plaza de Tlatelolco en 1968. Sucesos que hay que entender hoy para no repetir errores del pasado.

El 9 de octubre de 1967, en La Higuera, Bolivia, fue asesinado el arquetipo del guerrillero, Ernesto Che Guevara, que habí­a anunciado su propósito de abrir en América Latina uno, dos, tres Vietnames, después de implantar al lado de Fidel Castro la Revolución cubana. La señal de su abatimiento fue: No más Cubas

Al año siguiente, el 2 de octubre, ví­speras de los XIX Juegos Olí­mpicos de México, un movimiento estudiantil iniciado en la celebración de los 15 años del ataque al cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, fue cancelado a sangre frí­a en la plaza de las Tres Culturas.

Si los polí­ticos mexicanos creyeron vacunarse contra la generación que veneraba al Che y mantener la estabilidad del paí­s y de paso su poderí­o, se equivocaron, pues lo que hicieron fue cerrar la ví­a del cambio democrático.

Incapaces o muy arrogantes para negociar, no aceptaron demandas ni entendieron la gravedad del mal por los sí­ntomas de rebeldí­a, también manifestados en Alemania y Francia, por otras razones. No ofrecieron soluciones polí­ticas: impusieron la ultima ratio de la fuerza.

Hoy, jóvenes nacidos en el 68 o incluso después, que saben de Tlatelolco de oí­das y lecturas, harí­an bien en estudiar la noche trágica.

Lo podrán hacer sin miedo, públicamente, acudiendo a documentos originales porque este es otro México. Pese a todo, nadie puede negar, ni siquiera desde los extremos, que el paí­s ha transitado hacia la apertura democrática. Hoy, se aceptan protestas y reclamos a veces bastante encendidos y algunos dirí­an hasta excedidos.

Sin embargo, permanecen sin cambios sustanciales muchas de las causas de las protestas de aquella juventud de los 70. Hambre, desigualdad, abusos, injusticias y miseria están a la vista de todos.

Esas heridas abiertas alimentan a quienes, crecidos en la cultura de la violencia o la de la represión, creen de veras que la solución se alcanza a través de la destrucción del contrario, como si matándonos entre nosotros arregláramos definitivamente nuestras diferencias. Nunca más debemos reeditar una guerra sucia entre mexicanos.

Es bueno que los muchachos puedan hoy manifestarse. Es preocupante que no avancemos con suficiente rapidez en la mitigación de males ancestrales.

Casi 40 años después, no tenemos tampoco una historia completa de lo que sucedió en la plaza de las Tres Culturas.

Algo, sin embargo, es rescatable: la documentación, la historia contenida en archivos y expedientes hoy ya empieza a conocerse. Si mantenemos el hábito de cuidar los documentos públicos, de respetar los archivos, habrá eventualmente suficientes rastros para que los investigadores acuciosos hilvanen relatos verosí­miles de los pasajes más oscuros de nuestra vida nacional. Así­ será menos difí­cil que llegue lo que todos deberí­amos anhelar: el fin de la impunidad al amparo del poder.