El 68, a los libros de texto

Fuente:El Universal en lí­nea del 7 de octubre de 2007

Carlos Monsiváis

Entre los logros del 68 mexi-cano sigue faltando uno primordial: su incorporación justa del movimiento estudiantil a los libros de texto, no como el registro vago y rápido de hoy sino como el fenómeno decisivo que fue y sigue siendo.

Como probó el fracaso de la Fiscalí­a Especial, la indagación judicial carece de la voluntad de los tres poderes que les dé sentido a las pruebas, y sin embargo lo ocurrido en unas cuantas semanas, así­ sea de modo esquemático, está ya registrado en la conciencia pública, y esto obliga a incorporarlo a los programas de la educación primaria y secundaria. No tiene sentido alguno excluir los hechos que, según consenso y por su poder de sí­ntesis, integran el fenómeno más significativo del paí­s en la segunda mitad del siglo XX.

No se discute ya seriamente (nunca se hizo) la descripción de lo sucedido fijada en lo básico por el Consejo Nacional de Huelga, y continuada por la izquierda polí­tica, social y cultural, con los afinamientos y descubrimientos pertinentes. Al no puntualizarse en los libros de texto el 68, (la resistencia al autoritarismo, la condición notoriamente pací­fica del movimiento, la alegrí­a previa a Tlatelolco, la conquista de la ciudad, la tragedia...) se escamotea el suceso definitorio de la búsqueda de la democracia.

Fuera de la reconstrucción precisa del 2 de octubre con la intervención del Ejército y el Estado Mayor Presidencial, el retrato ya está: la movilización estudiantil por los derechos humanos y civiles, la represión furibunda ordenada por el presidente Gustavo Dí­az Ordaz y su gente cercana (Luis Echeverrí­a en primer lugar), la abyección del PRI, del Poder Legislativo (con unas cuantas excepciones tí­midas), del Poder Judicial (completito), de la prensa (con excepciones), la radio, la televisión (todaví­a no los medios), de las Fuerzas Vivas (término que hoy equivaldrí­a a la contra-sociedad civil). No se excluye del panorama la complicidad del gobierno norteamericano y de la mayorí­a de los dirigentes eclesiásticos (salvo un puñado de jesuitas), y la inercia de la sociedad.

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Al relato lo complementa una lista mí­nima de rasgos del movimiento estudiantil, a partir del 26 de julio y, de otro modo, a partir del 2 de octubre:

–El protagonismo irrebatible que por más de dos meses se vuelve el tema y la presencia centrales de lo social y lo polí­tico en la ciudad de México.

–La forja de la actitud (el comportamiento ante la irracionalidad del poder) que cristaliza en las mitologí­as y las realidades de la generación del 68. Entre los elementos definitorios del 68 se hallan el espí­ritu a fin de cuentas romántico, el antiautoritarismo (enorme si se le compara con el de las generaciones anteriores), el habla revolucionaria más bien superficial, y la lealtad a la causa (algo en ese momento más bien desconocido, al no admitir causas la era del PRI).

–El gran estí­mulo a la lucha personal y colectiva por los derechos que en sus grandes momentos merece el calificativo de épica.

–El aporte de consideraciones morales y éticas a la sociedad, hasta ese momento aletargada o sojuzgada por el oportunismo y el cinismo, componentes del comportamiento polí­ticamente rentable.

–La producción de un liderazgo que por serlo paga su cuota de encarcelamientos, represiones, incluso procesos autodestructivos.

–El arrasamiento de la mitologí­a que hací­a de cada gobierno el sucesor legí­timo de la Revolución Mexicana (según sus representantes, la entidad más allá de las definiciones, pero no de los aprovechamientos rapaces).

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Lo distintivo del 68 en la memoria histórica continúan siendo las imágenes de su gran leyenda: estudiantes en las calles, la V de la victoria como el sí­mbolo que uno exorciza a la represión, la multitud en la Plaza de las Tres Culturas, los soldados, la gente que huye, los presos... No se olvida el 2 de octubre pero, casi naturalmente, se difuminan sus causas y consecuencias. Por eso, Gilberto Guevara Niebla en un libro que merece una lectura detallada, La libertad no se olvida (Cal y Arena, 2004), examina la composición de la dirigencia del Consejo Nacional de Huelga, las sesiones (el áspero y fatigoso desgarramiento de las facciones), el ritmo de los acontecimientos en las marchas, las represiones a escala y las negativas gubernamentales al diálogo. Todo esto antes del 2 de octubre.

Dame la C, dame la N, dame la H...á

En las últimas décadas, el PAN se ha exceptuado del debate sobre los significados del 68, conformándose con repetir obituarios dulzones, y el PRI, como si no le bastara su presente, habla ¡en 2007! contra el linchamiento histórico, con lo que, justamente, el acontecimiento queda en manos de la izquierda, de intención conmemorativa pero escasamente interpretativa. ¿Por qué, en lo fundamental, quedan las conclusiones a cargo de la acumulación de los testimonios y las pruebas (los muertos, los heridos, los presos)? ¿Por qué el PRI no ha salido de la Teorí­a de la Conspiración? ¿Por qué el PAN, capaz de algunos gestos decorosos en 1968, se despreocupa por entero del movimiento, al que le aplica la lógica de la guerra frí­a?

¿Qué fue y qué sigue siendo el 68 y por qué afectó tan profundamente tantas vidas?á, se pregunta Guevara Niebla, y esto a lo largo de las experiencias carcelarias, la fragmentación de los participantes en grupos y organizaciones, las tesis de posgrado, los múltiples desengaños polí­ticos, la revisión de las creencias que se creí­an convicciones inamovibles, las crí­ticas a movimientos surgidos de la izquierda como el estudiantil que en 1999 se lumpeniza para afirmar su sectarismo.

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El CNH surge en agosto de 1968, y en última instancia es el resultado de las iniciativas brillantes de un puñado de lí­deres y cientos de activistas. El grupo, se divide y se unifica más de lo que se piensa, y es sectario aunque nunca tanto como su enemigo Dí­az Ordaz. Si el resultado inmediato del 68 es frustrante, al irse incumpliendo las esperanzas democráticas sucesivas, a un buen de participantes les queda –de modo irremplazable– la sensación de haber vivido por un tiempo intensí­simo en las entrañas de la Historiá, en el cí­rculo de acontecimientos que cambian el rumbo del paí­s y a sus participantes los trastorna, los enriquece vitalmente, los fractura en lo aní­mico.

A los que van al fondo de la experiencia, lo más arduo les resulta equilibrar las recompensas polí­ticas y aní­micas con el costo altí­simo que pagan. Quien lo vio, no lo pudo ya jamás olvidar, se podrí­a decir del encuentro (el encontronazo) con la Historia, así­ con mayúsculas.

Posdata. No obstante su condición de fenómeno capitalino, el 68 es un acontecimiento nacional que produce una de las pocas generaciones históricasá del paí­s en el siglo XX. A ella pertenecen el estudiante de la UNAM Carlos Salinas y el estudiante del IPN Ernesto Zedillo, que ya en el poder no manifiestan ví­nculo alguno con los ideales del movimiento. Si no se cree esto, véase el peculiar sentido del humor de Zedillo. A los hijos de un desaparecido les recomienda: Hablen a Locatelá, y añade: Peguen su foto en los teléfonos públicos Bastan estos chistes para deslindarlo de cualquier relación con el 68 o con el respeto a los derechos humanos.

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