Rafael Loret de Mola - Desafio

Fuente: El Orbe.

Octubre 08,2007

Cuando el programa Monitor cumplió treinta años, en 2004, el conductor y responsable de la emisión, vanguardista en su género y lí­der en audiencia en el paí­s sobre todo en el Distrito Federal-, José Gutiérrez Vivó, recibió un telefonema desde la residencia oficial de Los Pinos. Era, claro, Vicente Fox:
--Oye, me he enterado que preparas un aniversario en grande comentó el Presidente-.
--Bueno, sí­. Será un evento para anunciantes y promotores, fundamentalmente y no un acto polí­tico.
--Voy a asistir afirmó, dándose por invitado-.
--Muy bien respondió el periodista-. Sólo te aviso que hace media hora también se autoinvitó López Obrador.
--Me tiene sin cuidado. Es una buena oportunidad para estar contigo y cuantos hacen posible Monitor.

Llegó el dí­a. La parafernalia oficial tomó por asalto las instalaciones del Sheraton Centro Histórico, en la ciudad de México, en donde estaba prevista la reunión con cerca de mil trescientos convocados. Durante la mañana y el mediodí­a vinieron las confirmaciones. Y los imperturbables miembros del Estado Mayor Presidencial tomaron el control de la logí­stica. Además, una valla de militares saludó la llegada de los invitados en espera del arribo del mandatario y se colocó, por supuesto, el podio oficial de la Presidencia.

A las siete de la tarde, una hora antes de la acordada para iniciar el ágape, sonó el celular de Gutiérrez Vivó:

--Soy Santiago Creel -entonces secretario de Gobernación y el delfí­ná de la administración foxista-. El presidente me pidió acompañarle a tu celebración... pero no podré asistir. Tengo saturada la agenda y encabezaré una reunión durante las primeras horas de la noche. Hablo para disculparme.

El comunicador, sorprendido, tomó nota en ese momento de que Creel, sin invitación por parte del grupo radiofónico, pensaba asistir a la fiesta. Unos minutos después el celular volvió a sonar y se escuchó la voz de una auxiliar anunciando que se pondrí­a al teléfono la primera damá:

-- ¿José? Hola, ¿cómo estás? Fí­jate que Vicente, ya sabes como es él, me avisó a última hora de tu evento para que le acompañe.

--Bueno, Marta, serás bienvenida...

--No. Te hablo para decirte que no iré y para felicitarte desde luego. Resulta que tengo una reunión de parejas acá en Los Pinos y debo ocuparme de los detalles. ¡Este Vicente no me advirtió a tiempo! Lo siento mucho.

Al filo de la ocho de la tarde, un miembro del Estado Mayor comunicó a Gutiérrez Vivó que el presidente estaba a punto de arribar al encuentro. Y le pidió que, como se acostumbra en esos casos, en su calidad de anfitrión bajara hasta la puerta de la calle a esperar al mandatario y le acompañara hasta el salón de recepciones. Así­ lo hizo. Ya instalado, la camioneta que transportaba a la secretaria de Desarrollo Social, Josefina Vázquez Mota, paró frente a la entrada y de ella descendió la funcionaria, quien años atrás habí­a sido colaboradora de Monitor y saludó efusivamente al conductor del celebrado noticiario. Apenas tuvieron tiempo para dialogar porque casi enseguida se observó, a no menos de cincuenta metros, el arribo del vehí­culo presidencial con todo y bandera tricolor.

--Ya viene el señor informó el responsable del EMP casi ansioso-.

Al mismo tiempo, sonó de nuevo el celular de Gutiérrez Vivó. Era el secretario particular del señor Fox:

--Le llamo, muy apenado, para comunicarle que el presidente no podrá ir al aniversario como estaba previsto. Tiene una agenda muy complicada y, lamentablemente, se presentaron otras prioridades. El presidente me dijo que le expresara su contrariedad y que, desde luego, le extendiera su felicitación personal.

DEBATE

Por supuesto, el presunto y fallido anfitrión no pudo disimular su sorpresa y replicó:

--Pero, ¡por favor! Si estoy viendo, en este momento, su camioneta y me pidieron bajar a recibirlo.

--Lo siento, el presidente permanecerá en Los Pinos.

El funcionario colgó. Y Gutiérrez Vivó, ante el desconcierto de la secretaria Vázquez Nava, no tuvo más remedio que comentarle a ella y a los miembros del EMP:

--Me llamaron para decirme que el presidente no viene.

-- ¿Cómo? preguntó, incrédula, la secretaria-. Pero si ahí­ est Está llegando...

Y, en efecto, allí­ vení­a el mandatario. Pero el automotor pasó de frente a la entrada principal del hotel citado, sin detenerse, con todo y su carga presidencial. Vicente ni siquiera saludó desde dentro, más bien trató de parecer distraí­do. Se fue a gran velocidad con la protección de la escolta y las miradas azoradas de quienes habí­an montado valla y operativo, durante varias horas, para los honores de ordenanza, banda de guerra incluida.

Gutiérrez Vivó, al fin, optó por regresar sobre sus pasos y atender a sus invitados, entre quienes ya se hallaban el secretario de Comunicaciones, Pedro Cerisola, y el jefe del gobierno de la ciudad, el polémico e incómodo Andrés Manuel. Desde el podio presidencial dirigió unas palabras a la audiencia:

--El presidente no vendr Me dijo que comunicara a ustedes un saludo cordial.

Así­ de parco. Es el propio Gutiérrez Vivó quien remata esta historia:

--Fue entonces cuando se me acercó el pejeá para preguntarme si él habí­a sido la causa del cambio de señales. Le dije que no podí­a serlo porque el presidente ya sabí­a de su presencia dado que yo le habí­a avisado de la misma desde el primer telefonema. Le pedí­ que se relajara y la pasara bien.

Y el evento continuó no sin contratiempos. Los soldados de guardia, sin la menor cortesí­a, subieron al escenario, desde el que se transmití­a un ví­deo alusivo, para desmontar el podio sagrado y llevárselo por encima de las cabezas de quienes presidí­an el acto. Además, la banda de guerra y quienes hací­an valla, con los usos marciales correspondientes, se retiraron a paso redoblado interrumpiendo, sin la menor consideración, el evento. Luego se hizo el silencio, al fin.

EL RETO

Tiempo más tarde, el comunicador constatarí­a los efectos del desaire. En la cena de parejasá organizada por la poderosa señora Marta en su romántica cabaña de Los Pinos, los mayores patrocinadores del noticiario, que al parecer habí­a entrado en desgracia por no cesar en sus crí­ticas, fueron presionados para que dejaran de utilizar este vehí­culo como parte de sus campañas publicitarias. Esto es, que condenaran al espacio en cuestión a rendirse por falta de ingresos. A cambio ellos no perderí­an, se comprende, el calor y la complicidad- de la casa presidencial. Así­ lo hicieron, casi de manera automática, precipitando los acontecimientos con la asfixia de una emisión lí­der.

Meses después, cuando la campaña por la Presidencia crispó los ánimos y polarizó a la sociedad mexicana, el señor Fox citó en su despacho a Gutiérrez Vivó para formularle una sola pregunta:

-- ¿Cuándo te hiciste perredista?

El aludido intentó explicar que no lo era porque jamás habí­a pertenecido a partido polí­tico alguno y se permitió un comentario:

--Tú tienes mantuvo el tuteo a Vicente-, supongo, un aparato de inteligencia del que puedes obtener información precisa sobre mis actividades. Si quieres no te resultará muy difí­cil corroborar cuanto te sostengo. Pero sí­ creo, en cambio, que existe la intención de desaparecernos...

El presidente se puso de pie y golpeó con fuerza la mesa de centro de la oficina principal de Los Pinos:

-- ¡Jamás he mandado matar a nadie!

Azorado, el periodista atajó:

--Ni yo he dicho eso. Pretendí­ explicar que se deseaba que nuestra empresa desapareciera del aire...

Fox dio por terminada la entrevista. Saludó, sin disimular un gesto agrio, a su interlocutor y le acompañó a la puerta. Y agregó, para poner el punto final:

--Tú y yo tenemos algo en común: los dos somos demócratas.

Y enseguida volvió a autoinvitarse para asistir, un dí­a después, al programa Monitor. Qué alentador.

LA ANÉCDOTA
En el Convento de la Cruz, los franciscanos, vestidos con el humilde atuendo de su fundador, me hicieron una pregunta clave por esos mismos dí­as:

-- ¿Qué serí­a lo primero que harí­a usted si estuviera en los zapatos de Fox?

No lo pensé dos veces:

--Divorciarme de Marta...

Los frailes no contuvieron las carcajadas, asintiendo, y uno de ellos remató:

--Total: para la Iglesia no está casado. Y quizá, sin ella, recuperarí­amos a Vicente.

Así­, hasta hoy. La demencia del poder, la ambición de la consorte y la ausencia de carácter pusieron fin, con un estilo rebosante de falsedades, los magros propósitos de cambio. Harí­an bien los panistas en reconocerlo siquiera para no despeñarse hacia el abismo de la condena pública, general... ésta sí­ mayoritaria.

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