Plaza Pública: Lo único que se necesita es buena voluntad

Diario de Yucatán

Viernes 12 de octubre de 2007

Miguel Ángel Granados Chapa

Confiemos en que pasado mañana la misa que al mediodí­a de todos los domingos oficia en la Catedral el arzobispo de México, cardenal Norberto Rivera Carrera, no esté cargada de tensiones ajenas a la de suyo estrujante transustanciación y, al contrario, se cumpla entre ánimos serenos, como debe ocurrir en toda celebración litúrgica de cualquier credo, en cualquier lugar. Para que no se repita el oscuro episodio del domingo anterior, en que sin riesgos reales para su integridad personal fue agredido el vehí­culo del purpurado, es preciso que se depongan inquinas y querellas que han venido acumulándose en los meses recientes.

Un grupo de personas ha dado en mezclarse con la feligresí­a interesada en el cumplimiento del precepto dominical o simplemente ganosa de visitar el principal templo de la ciudad (desde el punto de vista del derecho canónico), que es de suyo una magní­fica obra arquitectónica, impregnada de arte y de historia, amén de las pulsiones espirituales que son de esperarse en un lugar de recogimiento y oración. Aquellas personas se manifiestan de diversos modos, alzando pancartas, ostentando inscripciones o imágenes en sus ropas, profiriendo exclamaciones para hacerse oí­r por encima del rumor de las oraciones y las letaní­as. Una de ellas, Julia Klug, ha explicado que protestan contra el cardenal por su injerencia en la polí­tica y por su implicación indirecta en un sonado caso de pederastia.

Aun si en efecto el prelado desplegara posiciones y actitudes y conductas irritantes, nadie tiene derecho a increparlo por ese solo hecho. Admitir que pueda hacérsele objeto de hostigamiento y amenazas y hasta amagos de agresión o ataque en ví­as de hecho significarí­a el imperio de la intolerancia sobre el modo de proceder de una persona. Tal intolerancia, por lo demás, se expresarí­a de modo particularmente agraviante en el sujeto social que es en último término el ofendido y que no es otro que la feligresí­a de la Catedral. Por respeto mí­nimo a quienes acuden a ese templo no es aceptable que la misa se convierta en una reunión con modos y fines distintos de su propia naturaleza. Es peor la situación cuando, como ocurrió el domingo pasado, se muestra ira pueril contra el arzobispo golpeando su vehí­culo y se le insulta o amaga.

Con ese motivo, el arzobispado acumuló dos reacciones. Por un lado, presentó una denuncia ante el Ministerio Público, lo que es acorde con el Derecho vigente, en defensa de la dignidad de las personas, el cardenal en lo inmediato, su señora madre que lo acompañaba, las monjas que lo asisten y, reitero, los fieles en general.

Pero para descalificar a los agresores, la oficina del cardenal incurrió en un despropósito que serí­a chusco de no implicar una miopí­a que hace perder la perspectiva, o muestra voluntad de provocar: ¡comparó el asesinato del cardenal Posadas Ocampo con el hostigamiento al arzobispo Rivera Carrera, dos extremos distantes como el cielo de la tierra, y que sólo tienen en común la pertenencia de uno y otro al sacro colegio cardenalicio! La arquidiócesis ha imputado los hechos a personas a quienes menciona por su nombre (la actriz y activista Jesusa Rodrí­guez y el dirigente perredista Gerardo Fernández Noroña), que han negado toda participación en ellos; y a otras a quienes vagamente ubica como miembros de la resistencia civil pací­fica o del PRD.

Leonel Cota, presidente nacional de ese partido, se ha deslindado de los asedios. No se deberí­a limitar a sólo negar la participación perredista en las ofensas que en diverso grado y modo afectan al cardenal y a su parroquia. Las personas nombradas y Andrés Manuel contribuirí­an de modo claro a distender el ambiente en torno a la Catedral (con todo lo que eso significa) si desautorizan y desalientan expresamente las muestras de intemperancia que afectan a la gente común en la sede episcopal.

Se dirá que nada tienen que desestimular si no estimulan nada. Pero de hacerlo, como propongo y pido, dejarí­an en claro que no los une ví­nculo alguno con los manifestantes dominicales, que si no forman parte de la resistencia civil pací­fica se escudan en sus prácticas con propósitos distintos a los del movimiento de masas que encabeza López Obrador. Dado el clima de crispación polí­tica que produjo el desenlace del proceso electoral del año pasado, nada empeorarí­a más la esfera pública que provocar enconos en espacios religiosos.

El cardenal Rivera Carrera ha tomado posiciones en materias de legislación civil que son consideradas intromisiones en la vida polí­tica partidaria, que le está vedada. Y se halla involucrado en un juicio civil que se ventila en tribunales norteamericanos, sobre su presunta cobertura a un sacerdote que en la diócesis de Los ángeles, a la que habrí­a llegado por recomendación del prelado mexicano, cometió innumerables actos de abuso sexual. No son las conductas por las que deberí­a ser notable el pastor de la inmensa grey católica de la ciudad de México, ni son las que dieron identidad con los fieles de la ciudad de México a antecesores suyos de grata memoria como don Luis Marí­a Martí­nez o don Miguel Darí­o Miranda y Gómez.

Pero diversos factores, evitables los más con sólo practicar la prudencia, arrastran a la jerarquí­a a arenas de combate que debí­an serle extraños. Sin que se supriman los derechos de nadie y, al contrario, para que resplandezcan los del pueblo cristiano que observa las reglas de su fe, hagan todos los involucrados gestos de buena voluntad.– México, D.F.