El futuro aparece menos favorable

Diario de Yucatán

Las clases y las luchas de Norte a Sur
Lorenzo Meyer

La variable explicativa. Para entender el predominio actual de la derecha tanto en México como en Estados Unidos, hay que voltear a Marx de cabeza. En efecto, es la polí­tica y no la economí­a la que determina la naturaleza de la distribución de la riqueza.

Distintos pero parecidos. México y Estados Unidos se parecen entre sí­ tanto como un oso y un puercoespí­n, para emplear los términos que eligió el ex embajador norteamericano en México Jeffrey Davidow, cuando tituló así­ el libro en que analizó la relación entre los dos paí­ses. Sin embargo, aún entre vecinos tan distintos y distantes hay algunas semejanzas históricas que, por excepcionales, vale la pena explorar, pues permiten entender mejor algunos elementos de sus respectivas dinámicas sociales.

Una de esas áreas que alientan la comparación por semejanza entre México y su vecino del norte es la del ciclo histórico de disminución y aumento de la desigualdad social, proceso que, por razones distintas, se inició al mismo tiempo en ambos paí­ses en el siglo XX. Aunque en México ese impulso hacia una sociedad más justa empezó a perder fuerza mucho más temprano, hoy los dos paí­ses han vuelto a coincidir en su tendencia a la desigualdad.

La evolución progresista en el Norte. Paul Krugman es profesor de economí­a y relaciones internacionales de la universidad de Princeton, muy reconocido tanto por sus contribuciones teóricas como por ser un intelectual público que sostiene opiniones crí­ticas en relación con la dirección que ha tomado la sociedad norteamericana en los últimos 30 años. El también articulista de The New York Times acaba de publicar La conciencia de un liberalá, (The Conscience of a Liberal, Nueva York, W.W. Norton), donde aventura una explicación histórica de la evolución social norteamericana en el último siglo, y que no resulta del todo diferente a la experiencia mexicana.

Su punto de partida es que el desarrollo capitalista por sí­ mismo no lleva a que, con su maduración, la acumulación de la riqueza se distribuya de manera menos injusta. Según este autor, la idea detrás de la llamada por los economistas curva de Kuznetsá no es que la desigualdad en el capitalismo vaya disminuyendo con el correr del tiempo como resultado natural de las fuerzas impersonales del mercado. Si la desigualdad disminuye es por razones polí­ticas y no por la lógica del modelo económico y así­ lo confirma la experiencia norteamericana. Fueron factores eminentemente polí­ticos los que disminuyeron, y en muy corto tiempo, entre 1930 y 1940 una desigualdad que se habí­a vuelto endémica.

Fue la crisis polí­tica y social ocasionada por la Gran Depresióná de 1929 lo que llevó a que el Partido Demócrata, encabezado por un polí­tico proveniente de las clases altas, pero inteligente –Franklin D. Roosevelt– triunfara con el Nuevo Tratoá como plataforma y luego impusiera, en nombre de la emergencia bélica provocada por la II Guerra Mundial, una serie de controles sobre la producción y los salarios que dio como resultado una gran redistribución de la riqueza a favor de los asalariados. A la Gran Depresióná le siguió, pues, La Gran Compresióná: un esfuerzo por disminuir los extremos de riqueza y pobreza, dando por resultado una sociedad donde sus clases medias eran dominantes.

Las administraciones republicanas de Dwight Eisenhower y Richard Nixon no alteraron ese panorama que prevaleció hasta la llegada de Ronald Reagan al poder en 1981. Bajo su impulso se descomprimióá a la sociedad norteamericana mediante una polí­tica económica de la desigualdad y del retorno a la plutocracia.

Unas cifras simples y contundentes resumen el cambio inicial: sí­, en los alegres 1920á los súper ricos –el 0.1% de la población– controlaban el 20% de la riqueza nacional, pero en 1950 ya sólo eran propietarios del 10%. Sin embargo, hoy las cifras de la distribución del ingreso dicen que los privilegiados norteamericanos han recuperado todo el terreno perdido y la clase media está a la defensiva y retrocediendo. La lucha de clases existe y la plutocracia de nuevo la va ganando.

La evolución en el sur. Como ha demostrado una investigación de Mauricio Cruz (tesis de maestrí­a en historia, UNAM, 2006), el Plan Sexenalá del cardenismo tomó forma de manera independiente del Nuevo Tratoá rooseveltiano Así­, dos populismos –hay que resaltar que aquí­ el concepto no se usa en términos derogatorios, sino en los de la ciencia social– tomaron forma al mismo tiempo, el americano apoyó al mexicano y ambos cambiaron sustantiva y positivamente a sus respectivas sociedades haciéndolas más justas.

La raí­z del cardenismo no es realmente la Gran Depresióná –entre otras cosas porque entonces México no estaba tan ligado al mercado mundial–, sino la lógica de los cambios desatados por la revolución pero que aún no cuajaban. Sus instrumentos principales fueron el PNR transformado en PRM, la reforma agraria, el impulso a la sindicalización y la expropiación petrolera, todos producto de una lógica básicamente polí­tica.

El impulso cardenista fue revertido por Miguel Alemán, aunque todaví­a sus sucesores se vieron obligados a adoptar elementos del populismo cardenista como ese homenaje que el vicio hace a la virtud. En fin, que la crisis económica de 1982 coincidió con el ascenso rápido, casi vertiginoso, de la derecha neoliberal norteamericana. De la Madrid y todos los presidentes que le siguieron, con el apoyo abierto y entusiasta de los plutócratas mexicanos, aprovecharon la coyuntura para acabar con los vestigios del cardenismo –sólo les faltó privatizar Pemex–, dar forma al Tratado de Libre Comercio y unir su pequeño cabús a la gran locomotora norteamericana a la que, dicen, la impulsa no el interés de los pocos, sino de la lógica impersonal del mercado

El resultado del cambio mexicano ha sido la combinación de la mediocridad del crecimiento económico con unas de las concentraciones privadas de riqueza más grandes del mundo.

La regresión. Krugman explica que el factor del miedo ha sido determinante para que una parte de la clase media estadounidense haya votado por un Partido Republicano que de Reagan a los Bush ha dado forma a una sociedad muy desigual. En el sur norteamericano se experimentó un miedo racista a la posibilidad de que las polí­ticas redistributivas del Partido Demócrata terminaran por permitir que los descendientes de los esclavos tuvieran una genuina igualdad de oportunidades. Luego, tras la imposibilidad de derrotar cabalmente a los comunistas en Corea, seguido por la persistencia de la Cuba socialista, la derrota en Vietnam y finalmente la humillación provocada por el secuestro de los diplomáticos norteamericanos en Irán, los republicanos inyectaron el miedo a la debilidadá de los demócratas frente a la amenaza comunista y el radicalismo islámico.

Fueron esas pesadillas, y no un mal funcionamiento de la economí­a ni el entusiasmo de la mayorí­a por una polí­tica de disminución de impuestos a los que más tienen y de debilitamiento del sistema de seguridad social, lo que llevó a buen número de norteamericanos de clase media a apoyar electoralmente a la derecha extrema republicana y poner fin al Nuevo Trato

En México, fue la tecnocracia del PRI la primera en usar lo acumulado por el sector público para crear Solidaridad y los programas que le sucedieron, para dar apoyo temporal a los pobres mientras recreaban o afianzaban los monopolios privados –Telmex es el caso más notable, pero no el único– junto con las enormes fortunas de la clase polí­tica. Y desde luego, esa derecha también se benefició de los recursos fiscales, producto del aumento de los precios del petróleo para impedir una auténtica reforma fiscal. El recambio democrático de la derecha priista por la derecha panista realimentó una legitimidad que ya se tambaleaba. Sin embargo, cuando en 2006 existió la posibilidad de un triunfo de la izquierda en las urnas, la derecha mexicana, como la americana, usó muy bien el elemento del miedo para recoger el voto de la clase media y de una parte de las clases populares.

El futuro. Krugman confí­a en que la racionalidad del votante de su paí­s, aunada al descomunal fracaso de la polí­tica exterior de la derecha radical de su paí­s, vuelva a dar el triunfo al Partido Demócrata en 2008 y que ese partido regrese a la polí­tica redistributiva del pasado. En México, el futuro inmediato aparece menos favorable. Sin embargo, nada está escrito.

Lo último que debemos hacer es perder la esperanza de un nuevo vuelco hacia la equidad, aunque debe quedarnos claro que ese cambio no puede provenir de las fuerzas impersonales del mercadoá, sino de las muy personales del esfuerzo polí­tico.– México, D.F.