Pueblos indí­genas: repensar y no olvidar

De la jornada del 29 de enero de 2088

Magdalena Gómez

En el contexto del Foro Social Mundial, realizado en el Zócalo de la ciudad de México, y del relativo a Tierras, indí­genas y autonomí­á, pude observar en dos de sus mesas los rasgos de algunos de los saldos que dejó la movilización y debate en torno al reconocimiento constitucional de los pueblos indí­genas.

En primer lugar, en lo relativo al movimiento indí­gena se insistió en anotar el plural como caracterí­stica, lo cual es cierto; en efecto, existen muchos y muy variados movimientos. La pregunta es ¿por qué en los dí­as de auge del Congreso Nacional Indí­gena y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional las diversas tendencias del movimiento no tení­an esta preocupación del plural?, ¿por qué representantes del variopinto movimiento no mencionan la experiencia autonómica de las juntas de buen gobierno con lo emblemática que es en Latinoamérica por lo menos? Por fortuna se realizó una mesa sobre este tema a través de la presentación del libro Los colores de la tierra, y ello dio pie para dar constancia de la preocupación sobre el incremento del acoso y tensión que están sufriendo.

Por otra parte, también se presentaron evidencias de la incomprensión y las deformaciones acerca de la naturaleza del reclamo de los pueblos indí­genas en torno a sus derechos colectivos. El enfoque de algunos de los participantes, al parecer sin pertenencia directa a alguno de los movimientos, tiene que ver con la vieja y liberal inquietud sobre las personas, su pureza o no de sangreá, los rasgos que determinan su identidad, cómo se construye ésta o quién otorga certificadoá de la misma. Podrí­amos dejar pasar estas dudas y ubicarlas simplemente como las voces de personas que no han estado cerca del debate aun cuando tengan simpatí­as hacia la causa indí­gena, pero de hacerlo nos estarí­amos engañando. Todo indica que, además del golpe recibido respecto a los derechos de los pueblos indí­genas, habrí­a que anotar la persistencia de la hegemoní­a monocultural aun dentro de sectores democráticos por no decir de izquierd Si el zapatismo ha señalado que dejó de ser moda de caféá, en el terreno indí­gena me temo que las cuentas no salen diferentes.

Habrí­a que reflexionar si los movimientos indí­genas quedaron de nueva cuenta expuestos a sus propias fuerzas como estaban antes de 1994; de ser así­, antes que un avance, estarí­amos ante una involución. Me explico: si algo quedó claro con el golpe de la contrarreforma indí­gena de 2001 es que la clase polí­tica no está dispuesta a reconocer derechos a los pueblos en el contexto de una reforma del Estadoá, como se reiteró tantas veces con los acuerdos de San Andrés. Ello sólo podrá darse cuando la correlación de fuerzas de los movimientos sociales de todo tipo logre un real golpe de timón que rebase, por supuesto, la vacilada en que se convirtió la llamada alternanci El asunto crucial es que ese proceso de acumulación de fuerzas se dé con la presencia y participación de los pueblos indí­genas al lado del conjunto de sectores organizados.

Sin embargo, de la parte indí­gena no se tienen las mejores condiciones para tal interacción, pese a que en el caso del Foro Social Mundial, por ejemplo, su comité organizador haya colocado el tema a la par de los otros. Lo que vimos no refleja todas las experiencias de organización indí­gena que resisten a lo largo y ancho del paí­s y lo hacen con sus métodos y sus modos y, sobre todo, sus circunstancias. Por ejemplo, podemos preguntarnos cuáles son las lecciones que deja a todo el movimiento social la experiencia zapatista y del movimiento indí­gena en torno al incumplimiento de los acuerdos de San Andrés: ¿es su derrota o la nuestra, la de todos y todas?

La clase polí­tica que cerró filas en contra de los pueblos indí­genas es la misma que hoy amenaza a los campesinos, electricistas, y que se plantea la privatización del petróleo. Sus motivaciones obvias tienen que ver con el modelo neoliberal que defienden a toda costa.

Por otra parte, desde el terreno de las polí­ticas públicas y de algunas academias han dado carta de legitimidad a la llamada interculturalidadá, suponiendo que con mencionarla es un hecho y obviando el análisis del proceso que implicarí­a su real existencia más allá del discurso. Precisamente en el referido Foro, un indí­gena p’urhepecha colocó cual banderilla una pregunta: ¿la interculturalidad es para todos, ricos y pobres, o la diseñaron los ricos para nosotros los pobres?á Así­ de claro y así­ de golpe nos trajo a colación el problema de la desigualdad e incluso el de clase, frente a lo cual hay un mar de reflexiones que están haciendo falta en los diversos espacios. Alguno de los ponentes agradeció la llamada de atención y aprovechó para señalar que en toda esta problemática estamos hablando de relaciones de poder, no de relaciones buena ond

El foro Tierras, indí­genas y autonomí­á nos llamó a pensar crí­ticamente, y ello implica ante todo recordar la proclama indí­gena del Nunca más un México sin nosotros