Buena política, mala diplomacia

Miguel Ángel Granados Chapa
Viernes, 08 de Mayo de 2009

El Mañana

La crisis sanitaria reclamó la atención conjunta de los gobiernos federal y locales de la ciudad y el Estado de México. Dados los antecedentes, hubieran podido surgir desde discordancias hasta desencuentros y enfrentamientos al abordar un problema que no podía ser encarado sino mediante coordinación.

Ese objetivo se logró espontánea y cumplidamente. En el comienzo oficial de la emergencia, la noche del 23 de abril, la presencia de los secretarios de Salud involucrados, el federal y los dos locales mostró a las claras que las querellas y tensiones no obstruirían las acciones en común o las que se rozaban sin estorbarse.

El 4 de mayo el jefe de gobierno del Distrito Federal fue a Los Pinos. Su presencia fue tomada como un hito entre los observadores de la vida pública. Aunque jurídicamente Marcelo Ebrard no pudo ni puede sustraerse al trato obligado de su gobierno con el federal, políticamente mantuvo un distante y seco tono con las autoridades federales, a partir del modo en que Calderón llegó a la Presidencia de la República , que ha hecho que una porción considerable de la población lo califique de espurio o al menos se avenga difícilmente al resultado de la elección del 2006.

Ya el 21 de agosto Ebrard se había apersonado en una reunión encabezada por el presidente Calderón, a raíz de la crisis de seguridad, pero ello no implicó que el jefe del gobierno capitalino depusiera sus reticencias ante el Ejecutivo, alimentadas por su relación con Andrés Manuel López Obrador, tenido como presidente legitimo por la corriente política en que se inscribe Ebrard.

Tal situación ha teñido las relaciones entre los dos palacios de gobierno situados en el Zócalo. Con mayor frecuencia que las buenas maneras y la cordialidad se ha manifestado entre Ebrard y funcionarios dependientes de Calderón un trato áspero, impregnado de reproches expresados a veces por el propio Presidente de la República.

El agua y el drenaje ha sido materia de discrepancias y de desafíos entre ambas partes. En ese ambiente, no hubiera sorprendido a nadie que la crisis sanitaria se convirtiera en un nuevo motivo de fricciones.

Pero en la Presidencia y en la jefatura de gobierno no se dudó de que la trascendencia y la gravedad del fenómeno urgían no sólo a la coordinación sino a la convivencia pacífica y aun armoniosa.

Ambas partes hicieron política verdadera, es decir evitaron las reyertas y favorecieron el entendimiento. El resultado fue un bienvenido acuerdo de voluntades que la sociedad calibró en todo lo que vale.

Las buenas maneras de Calderón en la coyuntura política interna motivada por la influenza se trocaron en desahogos nacidos del despecho en el ámbito internacional.

La reacción de algunos gobiernos ante la situación mexicana y el maltrato a conciudadanos que tuvieron la mala fortuna de viajar en estos días críticos o a quienes se evitó hacerlo por la cancelación de vuelos produjo una irritación social exacerbada a la que el gobierno federal y Calderón personalmente se sintió arrastrado y buscó encabezar.

La decisión de Cuba y Argentina de cerrar la comunicación aérea con México suscitó una oleada de mezquindad fundada en lo que se considera a su vez una respuesta mezquina a presuntos favores que el gobierno de México y porciones de su población han hecho a aquellos países.

El altruismo y la generosidad, para ser éticamente válidas, deben ser unilaterales, no esperar nada a cambio. La solidaridad mexicana con Cuba ante el asedio que ha padecido (solidaridad muy relativa por lo demás) y la desplegada ante el exilio argentino de los años 70 no formaron parte de un canje.

No se extendió a México y a los mexicanos un vale pagadero en circunstancias ulteriores que, por lo demás, no guardan proporción con las que generaron el trato que ahora se juzga deshonrado.

Pero . En un primer momento Calderón protestó por la reclusión sanitaria de mexicanos en China o por la suspensión de vuelos de y hacia Argentina, sobre la base de que había adoptado actitudes infundadas, nacidas del desconocimiento de la situación real (que, por otra parte, <>los gobiernos respectivos podían medir a la luz de la muy severa alerta sanitaria establecida en México).

Pero, , es decir susceptible al enojo fácil, dio en criticar a los gobiernos que presuntamente nos han ofendido.

Enrostró a Haití su pobreza por haber rechazado un cargamento de ayuda mexicana ante el riesgo de una infección (que diezmaría a una población harto vulnerable) y acusó al gobierno de Beijing de haber encarado con opacidad e ineficiencia la crisis del síndrome respiratorio agudo severo (sars) y el modo en que en Argentina se combate hoy el dengue.

Es una grosera forma de entrometerse en los asuntos ajenos, con la que el presidente agrava la frágil posición en que ha quedado nuestro país en la comunidad internacional.

Si se estima injusta, como lo es, e infundada, como también lo es, y excesiva, como igualmente lo es la reacción de esos y otros gobiernos, hay más de un canal a través del cual se pueden exigir satisfacciones.

La relación diplomática bilateral y los mecanismos de la Organización Mundial de la Salud y aun los de defensa internacional de los derechos humanos pudieron utilizarse para remediar el agravio a México.

Pero será imposible apelar a ellos desde la injerencia impertinente que osa descalificar acciones que ni siquiera nos concernieron…