El sexenio sin cambios

Luis Acevedo Pesquera
Viernes, 1 de septiembre de 2006

El Financiero

El sexto y último año del gobierno del presidente Vicente Fox quedará marcado por la solidez de los indicadores macroeconómicos, aunque en materia de crecimiento económico y generación de empleos, el saldo no se acercó siquiera a su oferta inicial; lo mismo sucede en materias polí­tica y social.

La culminación del mandato que se erigió como el del cambio llega con un peligroso clima de crispación y agravio social, "resistencia civil pací­fica" y ausencia de acuerdos que garanticen la gobernabilidad.

El saldo de la primera presidencia de la transición cierra con más números rojos de lo que permite la norma, y que se magnifican porque la nación no sólo se siente insegura fí­sica y jurí­dicamente, sino porque está polarizada.

Más allá del control inflacionario, de la baja en las tasas de interés, la estabilidad cambiaria, el saldo positivo de las finanzas públicas, los 70 mil millones de dólares en reservas internacionales o el abatimiento del saldo de la deuda pública externa a 40 mil millones de dólares, temas cruciales como el de los derechos humanos, el avance del narcotráfico y de la impunidad o el desplome educativo, donde más del 50 por ciento de los estudiantes de nivel medio no alcanzan una calificación aprobatoria, ni los de nivel básico, amplí­an el rezago y desploman la competitividad de México frente al mundo.

Por cuanto al combate de la pobreza, las estadí­sticas aún no empatan con la realidad. El presidente Fox afirma que en su gestión, el numero de mexicanos en pobreza extrema, los que viven con menos de 2 dólares al dí­a, se contrajo en 30 por ciento, y su dicho lo acompaña con el aval del Banco Mundial y de la Cepal.

En materia de infraestructura el saldo es magro, pese a que el sexenio se vio beneficiado por los ingresos extraordinarios del petróleo que, sólo este año, generarán ingresos adicionales por 260 mil millones de pesos. Parte de esos recursos se destinarán para el desarrollo de estados y municipios, sin que signifiquen un proceso de redistribución real del ingreso nacional.

Vicente Fox rendirá cuentas en un Congreso sitiado por la Policí­a Federal Preventiva y otros miembros de las Fuerzas Armadas.

Su Informe final no cuenta con argumentos que justifiquen la incapacidad de su gobierno para haber promovido las reformas estructurales en materias fiscal, energética, laboral o del Estado, que prometió hace seis años; tampoco llega con el apoyo o el deslinde explí­cito de su sucesor.

Se abrió una herida frente a la autonomí­a sindical, a la represión minera se le llamó eufemí­sticamente "retorno al Estado de derecho", Oaxaca está dislocada, las instituciones electorales fueron mermadas y aparecieron señales guerrilleras.

La operación del llamado gobierno del cambio se caracterizó por la repetición de los esquemas de la vieja polí­tica priista. Las escenas más sobresalientes del sexenio resultan anecdóticas: el matrimonio con su jefa de prensa, el beso de ambos en El Vaticano, la promoción presidencial de su cónyuge que, además, buscó convertirse en secretaria informal del despacho de seguridad social, los escándalos de sus hijastros y su abrumadora incultura, entre otros.

De su equipo de trabajo, el gabinetazo, prácticamente no quedó nada, como tampoco hicieron mucho por articular a la polí­tica interna. De la polí­tica externa no sólo no se logró la "enchilada completa" en materia migratoria, sino que el histórico prestigio diplomático de México fue desmantelado.

El saldo sexenal es deficitario y en materias social y polí­tica el panorama aparece complejo, porque el gobierno federal se dedicó a radicalizar el discurso de la oposición.