'Posicionamiento' de Alternativa Social, Demócrata y Campesina en el VI informe (versión estenográfica) -

Sesión de Congreso General del Primer Periodo de Sesiones
del Primer Año de Ejercicio de la LX Legislatura,
celebrada el viernes 1 de septiembre de 2006

VI Informe de Gobierno del Lic. Vicente Fox Quesada

En tal virtud, se concede el uso de la palabra a la diputada Aí­da Marina Arvizu Rivas, de Alternativa Social, Demócrata y Campesina, hasta por 15 minutos.

La diputada Aí­da Marina Arvizu Rivas: Con su venia, señor presidente. Ciudadanas y ciudadanos: la representación de Alternativa en la Cámara de Diputados es el resultado de la voluntad libre y la decisión razonada de más de un millón de mexicanas y mexicanos que, con su voto, expresaron la convicción de que la polí­tica puede y debe ser un ejercicio fundado en la legitimidad ciudadana y, por lo tanto, comprometido con los principios y los valores de la democracia.

Y quiero decirles a nuestros electores que hemos bien usado su mandato para ampliar su representación. Hoy tenemos grupo parlamentario como resultado de nuestra capacidad de diálogo y negociación polí­tica fundada en nuestros principios.

Mientras estoy aquí­ hablando ante ustedes en esta tribuna, el paí­s no sólo se debate en la agitación social sino también en una grave crisis polí­tica. No cabe minimizar la magnitud de esta grave crisis; ningunearla es practicar la cultura del menosprecio, tan usual entre nosotros, cuyo resultado es la siembra del encono social y la multiplicación de los conflictos, tan desgastantes para las instituciones de la República.

Pero si es un error el ninguneo, también lo es magnificarla y transformarla de crisis polí­tica en una oposición irreductible y maniquea entre el bien y el mal. Esa es también otra manera de contribuir a la cultura del ninguneo: buenos son los que están conmigo, malos todos aquéllos que piensan diferente.

Una y otra ví­a omite la solución polí­tica dialogada y democrática de las controversias. Una y otra ví­a niegan al otro y lo transforman de adversario en enemigo.

La crisis poselectoral nos ofrece una circunstancia excepcional para transformar la cultura polí­tica de este paí­s. Este es uno de esos momentos en los cuales los acontecimientos de la coyuntura rozan los procesos de larga duración.

Un resultado estrecho entre los dos principales contendientes en un paí­s de instituciones de débil enraizamiento en la sociedad, en una democracia que lucha por su consolidación, con una cultura donde reina la desconfianza y la sospecha, la crisis poselectoral nos da la oportunidad de consolidar, al mismo tiempo, una cultura democrática en la sociedad, el sometimiento de todos los actores polí­ticos a las reglas del juego y el robustecimiento de las instituciones, afirmándolas ahí­ donde es indispensable afirmarlas, en el corazón de todos los ciudadanos.

Porque no podemos olvidar nunca que estas instituciones, las instituciones electorales, las de derechos humanos, la de la transparencia creadas en la última década fueron construidas a contracorriente del viejo régimen y cuyos defectos y virtudes son nuestras, muy nuestras. Son la creación que tanto trabajo nos costó a todos los que luchamos por la transición democrática.

Por eso, en su momento nos sorprendió ingratamente ver a dos candidatos presidenciales proclamando su triunfo la misma noche de la elección, antes de que las autoridades competentes emitieran su veredicto. Y por eso mismo, en su momento, en un paí­s, insisto, con una arraigada cultura de la desconfianza y de la sospecha, nos pareció lo más correcto encontrar la legalidad vigente en la legalidad del camino para el recuento general de los votos.

Fue un grave error que en una situación que todos conocemos, a la verdad social, que es una construcción de la razonabilidad y la confianza, se antepusiera el criterio estrecho y leguleyo que corresponde a la vieja tradición jurí­dica que ha imperado en México: cuidar la letra de la ley y no su espí­ritu ni su facultad de realizar la justicia. Así­, nunca el derecho podrá ser instrumento del cambio social.

Pero ya en esta situación y exactamente por las mismas consideraciones que acabo de exponer, aun a pesar de la debilidad con que nuestras instituciones y nuestras leyes están enraizadas en el corazón de la gente y acaso por ello mismo, no podemos aceptar que el fallo de nuestro máximo tribunal en materia electoral que, pudiendo haber sido histórico, ha elegido ser pulcramente reglamentario, nos guste o no nos guste, no sea respetado.

Por nuestra parte, aunque hubiéramos preferido una solución distinta para nominar al ganador de esta apretada contienda, nosotros respetaremos el fallo del Tribunal, cualquiera que éste sea. Toda transición democrática ha tenido tres condiciones para consolidarse: la primera es saldar cuentas con el pasado, resolver el gran tema de la corrupción y la impunidad del viejo régimen; la segunda, el establecimiento de un nuevo pacto polí­tico, de nuevas reglas constitucionales para una etapa de democracia eficaz y participativa y, finalmente la tercera, un nuevo pacto social que genere empleo, redistribuya de manera más equitativa la riqueza y en nuestro caso concluya con esa vergí¼enza moral, que es la desigualdad social, una de las más grandes del mundo que ningún gobierno, de derecha o de izquierda, se ha atrevido a colocar en el centro de la agenda nacional.

La primera condición supone una nueva ética pública; la segunda condición supone una reforma social del Estado, que surja de la confianza de la gente en las instituciones; la tercera supone un verdadero pacto social genuinamente redistributivo. Estas tres condiciones se resumen en dos palabras: confianza y responsabilidad.

Si juzgamos desde las necesidades impostergables de la transición democrática al gobierno que hoy fenece, debemos decirlo con toda claridad: ha fallado casi en todo.

Ni juicio al pasado autoritario, los peces gordos prometidos deben ahora reí­r a carcajada batiente, ni nuevo pacto constitucional, ahí­ vagan fantasmagóricas las conclusiones de la mesa para la reforma del Estado, ni muchí­simo menos un nuevo pacto social.

Desde el drama de millones de mexicanos y mexicanas, indigna ver la resolución propagandí­stica de los problemas sociales en la televisión, mientras que en la realidad se hacen cada vez más grandes y más angustiosos.

En una palabra, la alternancia no trajo el cambio, el siniestro silencio del viejo presidencialismo que sólo conocí­amos por sus hechos, algunos brutales, otros benéficos, aquel ogro filantrópico del que habló Octavio Paz, fue sustituido por una incontenible excitación verbal, sin ton ni son. Lástima que la bonachona incompetencia de un hombre no sea suficiente para cubrir la magnitud de sus errores y hoy cosecha las tempestades de los vientos que fue sembrando y cuya primera ví­ctima fue precisamente la institución presidencial.

México hoy sigue padeciendo de una profunda desigualdad social, de una marcada cultura discriminatoria y mutuamente excluyente, de una unidad nacional construida de manera ficticia, un paí­s de dos velocidades económicas, la del norte y la del sur.

El lenguaje falso de la vieja cultura polí­tica, la voz monocorde y obligatoriamente celebratoria del viejo presidencialismo, fue sustituida por un lenguaje de desprecio pueril y el jugueteo inconsciente, con la alta responsabilidad de la investidura presidencial.

Padecemos ahora el riesgo de una balcanización entre regiones, entre sectores sociales y hasta en banderí­as polí­ticas. Esa crispación acumulada se refleja en la situación actual; mientras yo hablo aquí­ la gente por allá está protestando. Y si no le tuviera tanto respeto a nuestras Fuerzas Armadas, podrí­a pensarse que la voluntad soberna de este Congreso no está protegida sino secuestrada.

La evidencia de la ausencia de la voluntad de diálogo se expresa ní­tidamente en los resultados de la pasada sesión de la Cámara de Diputados. Para componer un acuerdo que deriva del miedo y de la ganancia en rí­o revuelto, se han encontrado las rutas para romper las tradiciones de la práctica parlamentaria. Toda la leguleyada es buena para evitar el diálogo verdadero, aquel que sostenemos con quien piensa distinto a nosotros. Mala señal para los próximos seis años.

Y por ello quiero dirigirme como representante de Alternativa, en nombre de la sociedad civil mexicana que observa preocupada el atizamiento del conflicto por muchas manos, para hacerles un llamado a la reflexión.

A los representantes más auténticos de la cultura del pasado, quiero decirles que tienen que optar entre medrar en la sombra de los arreglos con los poderes fácticos o transformarse en un verdadero y genuino partido polí­tico-democrático, uno que represente y recoja lo que sus propias bases polí­ticas quieren. Ellos, que alguna vez pensaron representar a toda la nación, ahora sólo se les pide que representen a sus bases.

A quienes representan los viejos resabios de la derecha autoritaria y monacal, junto con una pequeña pero valerosa tradición libertaria de las clases medias, quiero invitarlos a que se conviertan en una derecha moderna. México necesita una derecha moderna, una derecha que salga del fingimiento y empuje claramente desde el Estado un nuevo pacto social, una derecha que sea liberal, una derecha que no confunda las polí­ticas a favor del mercado con los intereses de 20 familias, ni los proyectos de afinidades culturales con la subordinación a otros estados. Ya México derrotó a los Maximilianos alguna vez. México, una derecha que de verdad se preocupe por la desigualdad social.

Las polí­ticas sociales de los últimos años, digámoslo con franqueza, han sido paliativos y no solución. Mientras en otros paí­ses han bajado 20, 30 y 35 por ciento la pobreza en puntos, aquí­ nos damos por bien servidos y bajamos uno o dos puntitos la pobreza extrema. Qué vergí¼enza.

Y a nuestros amigos de la otra izquierda, los que tuvieron en sus manos la posibilidad contemporánea de llevar por primera vez otros intereses sociales al Gobierno de la República, y que más allá de las campañas de destrucción mediática y de arreglos más o menos evidentes, de quienes se sentí­an amenazados, no supieron mantener la ventaja que habí­an logrado.

A ellos quiero decirles que eviten el pensamiento inmaduro que siempre culpa de nuestros fracasos a la maldad de los otros. Tienen la obligación de hacerlo, porque detrás de ustedes están 15 millones de voluntades de mexicanos y mexicanas la mayorí­a pobres , que merecen un camino de victoria y no el cómodo respondo acusatorio de la derrota.

Soy consciente que somos una fuerza polí­tica pequeña y naciente, una fuerza polí­tica que trae a esta Cámara demandas que no han sido atendidas, las demandas de la sociedad civil, las demandas de la vida cotidiana de las personas, las demandas, una de ellas, por cierto, la de no gastar tantos recursos económicos, públicos y privados en las campañas polí­ticas. De verdad se puede, se los digo desde un partido que por sus circunstancias hizo campaña casi sin dinero.

Desde esta fuerza polí­tica pequeña pero creciente, quiero llamarlos a la responsabilidad, démonos una prueba, siquiera una, de que pueden salir y que podemos salir de la vieja polí­tica, podemos hacer de ella la actividad que nunca debió de ser así­. Que podemos darnos la mano en el entendimiento conjunto por el progreso del paí­s y de su gente, por México.

El mundo no nos espera, cada hora, cada minuto se redistribuyen las cuotas de poder global y México está perdiendo lugares que habí­a ganado, la tentación del atraso ahí­ está siempre.

No voy a recitar la estadí­stica, todos la conocemos, sabemos que hemos retrocedido y necesitamos acuerdos para remontar esa situación.

No queremos ni el silencio del autoritarismo ni la verborrea falsamente democratizadora, les invito a la conversación democrática, al diálogo sincero entre las partes, a la composición y el acuerdo. Tarda más y es más difí­cil, pero si lo logramos, durará más en el tiempo.

Si tuviera que resumir todo lo que les he dicho yo como mujer y como mexicana, lo resumirí­a en dos palabras: Amor y patriotismo.

Qué rara suena la palabra amor en un discurso polí­tico, verdad. Pero es cierto, es lo que necesitamos, conciencia del valor de cada uno, respeto por los demás, genuina preocupación por los niños y las niñas de este paí­s, por los jóvenes que se están formando, por las mujeres, por la gente más necesitada, y patriotismo, que es amor al final, pero a la Patria.

Somos una izquierda moderna, una izquierda comprometida con los valores de la justicia, la libertad, la autonomí­a, la tolerancia y el respeto a la diversidad, somos una izquierda comprometida con la cultura laica y la libertad del ser humano, luchamos por una sociedad de derechos y por construir un piso mí­nimo de bienestar social y de oportunidades de educación y de empleo para todos.

Les pido que no confundan la absoluta sinceridad con la que hoy hablo a nombre de Alternativa, con ingenuidad. Ocurre que para nosotros no hay valor más supremo que la verdad, esa es nuestra ética.

Desde nuestra vocación democrática, nos encontrarán para los acuerdos a favor de México y de su gente, pero nunca habrán de encontrarnos para el reparto de canonjí­as, lamentablemente, tan usual en la polí­tica tradicional.

El conflictivo contexto en el que hoy he debido hablarles como lo he dicho ya , están expresándose muchas decisiones sociales, decisiones étnicas, de género, geográficas y de edad y sólo hay un camino para resolverlas, un compromiso nuevo, un compromiso con el combate a la desigualdad, un compromiso para un nuevo pacto de la democracia y el imperio de la honestidad republicana en nuestra vida pública.

Esa es nuestra palabra y esa es nuestra vocación, eso le prometimos a nuestros electores y en su representación vamos a trabajar para lograrlo.

Muchas gracias.