La batalla de los que no se vieron ni oyeron

Juan Arvizu
El Universal

Sábado 02 de septiembre de 2006

¡Lo entregas y te vas! ¡Lo entregas y te vas! -fue el aguijón de los legisladores del PRD, proferido a todo pulmón desde la tribuna en el salón de plenos de la Cámara de Diputados tomada por todos ellos, mientras el presidente Vicente Fox subí­a la escalinata del Palacio Legislativo, que era una olla de presión a punto del estallido.

Así­ ocurrió el choque de trenes entre dos fuerzas, la del gobierno del presidente Vicente Fox y la del Partido de la Revolución Democrática. La antigua profecí­a de los gurús de la polí­tica nacional, sobre la colisión de fuerzas, ocurrió en ese instante, las 19:13 horas, en que se hizo trizas el rito más solemne del presidencialismo mexicano: la ceremonia de Informe que ayer no fue.

- ¡Lo entregas y te vas! -resonó en la bóveda blanca del Palacio Legislativo, como rúbrica a la ausencia de puentes, en el final del sexenio; sello de la negación del diálogo entre bancadas, a pesar de que ayer mismo pasaron el dí­a juntos en San Lázaro.

Fue la batalla de los que ni se vieron ni se oyeron. Bueno, y qué decir de los prií­stas, quienes desde su tercer lugar, sin sudar discordias ajenas, vieron el encontronazo tan anunciado y que antaño se decí­a iba a ser para ellos estando en el poder.

La griterí­a perredista se ahogó en las voces de las bancadas de diputados y senadores del PAN, a quienes, sin embargo, les faltó potencia y necesitaron aplaudir con persistencia para aumentar su contrarruido en el combate al repudio opositor.

Para ese pleito -minorí­as al fin- les quedó grande el recinto, en el que eran testigos del "circo" -como dirí­a el senador Santiago Creel-, los embajadores acreditados en México, los representantes del Poder Judicial, los gobernadores, el cuadro completo de mandos de las Fuerzas Armadas: México entero ví­a televisión.

- ¡Vicente, Vicente, Vicente! -era la voz alzada de los panistas, en el despliegue de la batalla por el momento de la entrega del Informe que no fue en el salón de sesiones, sino en el vestí­bulo.

La puerta del salón se quedó semiabierta. Los hombres del panismo parlamentario -Creel, Larios, Garcí­a Cervantes, Aguilar Coronado- iban hacia el área de donde no pasarí­a el mandatario.

-Esta pelea está más arreglada que una de George Parnassus -acusaba el diputado prií­sta Carlos Rojas, mientras sus compañeros de partido sonreí­an con las manos en los bolsillos del pantalón.

Era la noche de la destrucción de sus contrincantes. "Fox traidor", la acusación estelar de Andrés Manuel López Obrador, ondeaba en la tribuna, donde destacaba uno de los ex prií­stas de negra trayectoria en Hidalgo, flamante senador Por el Bien de Todos, José Guadarrama, que se habí­a apañado la cabecera del sillón que hubiera ocupado Vicente Fox.

Los de corbatas azules actuaban tensos, furibundos, desconcertados porque ignoraban qué sucederí­a. Estaban formados en una valla sin sentido, cuando el sonido local muy alto, reprodujo con la potencia de un trueno, la voz presidencial que entregaba el documento. y se iba.

El senador prií­sta Manlio Fabio Beltrones, al inicio de la ocupación sin resistencia de la tribuna, abandonó su sitio en ella, y dejó solo ante la campanita de mando de la sesión al panista Jorge Zermeño, quien más tarde iba a pedir por teléfono celular al general Jorge Cuevas, del Estado Mayor Presidencial, abrir el cerco de seguridad en torno de San Lázaro.

Herví­a el salón como una cazuela de emociones de encono, rechazo, intolerancia, pero también de alarde de fuerza y de diversión pasiva, cuando el senador Rodolfo Dorador Pérez Gavilán, secretario de la Mesa, encargado de recibir el documento de parte de Fox, entró con la caja de cartón blanco.

Sin el Presidente, ese Informe era un paquete simple, que no mereció más rito que ser subido a la tribuna, como despojo del dí­a.

Dante Delgado y los suyos de Convergencia se quedaron en sus curules, y desoyeron las presiones de los perredistas que los llamaron inútilmente a subirse con ellos a la tribuna, al grito de " ¡Coalición, coalición!"

Luego vino el tedio, como final de una batalla de sordos.