La batalla por la historia

Estación Sufragio

de Ecos de la Costa

Adalberto Carvajal

LA BATALLA POR LA HISTORIA:

¿Cómo hubiera podido un régimen que no cumplió sus promesas de campaña (la mayorí­a porque era imposible cumplirlas o porque nunca estuvo en sus planes hacerlo) pedir el voto para el candidato oficial, quien deberí­a continuar con el gobierno del PAN? La única manera que encontró Vicente Fox de eludir el voto de castigo fue culpar a otros.

En esto de inventarse culpables, los estrategas de Acción Nacional actuaron como los propagandistas de Hitler, Mussolini, Franco o los dos Bush: fomentaron el odio hacia grupos sociales reconocibles cuya responsabilidad histórica fuese sencillo falsificar. Hitler culpó a los judí­os; Mussolini a la mafia siciliana, Franco a los ateos comunistas, Bush padre a los fundamentalistas islámicos y Bush hijo a los inmigrantes mexicanos.

En una embestida publicitaria millonaria, el PAN convirtió a López Obrador en un peligro para México Ciertamente, el candidato de la Coalición por el Bien de Todos es una amenaza para los intereses creados en torno a la administración Fox, casi todos intereses que provienen de los tiempos del prií­smo neoliberal, pero de ninguna manera el proyecto de la izquierda pone en riesgo la estabilidad económica ni la paz social.

Se fomentó, pues, el voto del miedoá como antí­doto al voto de castigo Y pese a todos los esfuerzos del gobierno federal y su partido, los medios de comunicación de la derecha, el Centro Coordinador Empresarial y la Confederación Patronal de la República Mexicana, se impuso el ánimo justiciero de una población harta de esperar durante casi treinta años que, ahora sí­, venga la suya.

Mucho se ha dicho que en este inicio del siglo XXI estamos viendo una redición del conflicto
decimonónico entre conservadores y liberales. Sin embargo, estamos más cerca de revivir la disputa por la nacióná (como la llamaron en un libro ya clásico Rolando Cordera y Lorenzo Meyer) entre el modelo nacionalista-estatista y el modelo de libre mercado global.

Los polí­ticos de esta corriente creí­an haber ganado la batalla por la historia. Suponí­an que el neoliberalismo constituí­a una visión única del mundo y que cualquier crí­tica a esta racionalidad económica representaba un anacronismo, fruto de un socialismo dogmático ya superado. La crí­tica más insistente contra López Obrador fue hacia su presunta irresponsabilidad al ofrecer subsidios directos que, según los analistas financieros, desequilibrarí­an el presupuesto.

Hay que hacer lo que hay que hacerá fue, en contraste, el razonamiento de Felipe Calderón cuando como presidente nacional del PAN dio luz verde a los diputados federales del blanquiazul para que aprobaran la conversión del Fobaproa en deuda pública. Era suya la filosofí­a del mal necesarioá hasta que comprendió que regañar a los pobres por su falta de iniciativa le iba a hacer perder votos. Al final de la campaña acabó copiando las ofertas polí­ticas de López Obrador.

No obstante que la pobreza de millones de mexicanos desmentí­a el optimismo de la macroeconomí­a, los voceros de la derecha insistí­an en que estábamos en el camino correcto y que, de seguir por ahí­, pronto la mayorí­a de la población alcanzarí­a los estándares de bienestar. Este discurso en realidad escondí­a un fenómeno de concentración de la riqueza que es la verdadera causa de la cada vez más violenta lucha de clases: ésa que conocemos como delincuencia común.

Es natural que una campaña presidencial con el lema primero los pobresá, como la de Andrés Manuel López Obrador, irritara tanto al gobierno de Vicente Fox que no pudo o no quiso hacer nada para reducir la distancia entre ricos y miserables, a la cúpula empresarial que se ha beneficiado como nunca de este esquema de privilegios e incluso a la jerarquí­a eclesiástica cuya misión terrenal es mantener a los pobres esperanzados en la felicidad que llegará con la vida eterna.