Horizonte polí­tico - Los doctrinarios al poder

Nuevo Excélsior

Por: José Antonio Crespo
Lunes 11 de Diciembre, 2006

Finalmente, llegaron los doctrinarios del PAN al poder. Y no utilizo ese término con una connotación peyorativa (algo así­ como "dogmáticos" o "fundamentalistas"), sino descriptiva (los propios panistas lo manejan). Se refiere a la corriente histórica del PAN, los fundadores e hijos de fundadores, los panistas de abolengo, defensores de los principios originales del partido que los distingue de otras corrientes más pragmáticas, frecuentemente asociadas a los llamados "neopanistas". El PAN en varias ocasiones ha sufrido conflictos internos en torno a esta diferencia: ¿qué debí­a hacer el partido? ¿Sacrificar ganancias concretas por seguir puntualmente los principios éticos que le dieron origen o transigir un poco (o un mucho) con dichos postulados, para obtener éxitos polí­ticos palpables? Ese fue el origen de la gran crisis de 1976, que incluso impidió al partido lanzar un candidato a la Presidencia y propició una importante ruptura.

Los doctrinarios –no sin fundamento– veí­an con reservas al poder, con pudor, con temor, como algo inherentemente demoní­aco que podrí­a adulterar la pureza original del partido y sus prí­stinos valores. Más que polí­ticos profesionales, los primeros panistas eran "mí­sticos del voto", los predicadores de la democracia ideal, no los buscadores del poder. El espí­ritu doctrinario lo refleja una anécdota que cuenta Felipe Calderón, quien siendo niño le preguntó al padre, don Luis Calderón Vega, eterno candidato a diversos cargos de elección: " ¿Para qué continuar en esa lucha a sabiendas de que nunca se reconocerí­a un triunfo legí­timo?" A lo que don Luis le respondió: "Lo que hacemos es por un deber... el de hacer el bien más difí­cil de todos, que es el bien común, el bien de todos los demás. Si yo no acepto hacerlo, nadie lo va a hacer y este paí­s nunca va a cambiar" (El hijo desobediente. 2006).

En contraste, los pragmáticos mostraban poco respeto por ese cuerpo doctrinario, viéndolo como un estorbo para disputarle al inescrupuloso PRI crecientes espacios de poder y aspirar, sin titubeos, al poder presidencial. Los "neopanistas" se fortalecieron dentro del PAN a raí­z de los problemas que el empresariado tuvo tanto con Luis Echeverrí­a como con José López Portillo. El personaje emblemático de esta nueva oleada pragmática y audaz fue Manuel J. Clouthier. Por ello su empuje en los comicios de 1988, al frente de un PAN radicalizado debido a los fraudes que se le cometieron en Chihuahua y Durango poco antes.

Vino después la oleada de triunfos en diversas gubernaturas, protagonizados por pragmáticos: Ernesto Ruffo, Carlos Medina Plascencia, Francisco Barrio, Vicente Fox, Alberto Cárdenas, Fernando Canales, etcétera. En cambio, los doctrinarios –generalmente forjados en el Poder Legislativo– fracasaron una y otra vez en sus intentos por conquistar cargos ejecutivos. Diego Fernández de Cevallos (en realidad un pragmático disfrazado de doctrinario) no quiso ganar la Presidencia en 1994; Carlos Castillo Peraza fracasó en el Distrito Federal y Felipe Calderón en Michoacán. Cuando Fox se postuló para la Presidencia en 1997, volvieron a surgir las fricciones entre el pragmatismo que él representaba y los doctrinarios. Fox se fue solo, pues sus posibles rivales internos quedaron muy atrás y el único que podí­a ganarle con facilidad la candidatura para el año 2000, Fernández de Cevallos, no quiso hacerlo. Y es que Diego, más por pragmatismo personal que por pureza doctrinaria, nunca quiso ser Presidente y ni siquiera jefe de Gobierno capitalino, cuando tuvo esa oportunidad en 1997. Como candidato, Fox escribió sobre la controversia pragmatismo versus doctrinarismo: "En el PAN no hay todaví­a suficiente coraje y hambre de triunfo... Al electorado no lo conmueve en lo absoluto la doctrina o la ideologí­a" (A Los Pinos. 1999). En lugar de una prédica moral, durante las campañas se requerí­a una buena estrategia publicitaria como la que tuvo Fox en 2000. A lo cual los doctrinarios replicaban con escepticismo y su tradicional temor al poder. De ahí­ la vieja frase –que Calderón retomó entonces– sobre el riesgo de "ganar el poder perdiendo el partido". No se referí­a, supongo, a perder el control del partido, sino su esencia, su alma. Cosa que en efecto ha ocurrido. Germán Martí­nez Cázares (discí­pulo, como Felipe, de Castillo Peraza) apenas hace unos años cuestionaba las tesis pragmáticas del foxismo: "Si hemos perdido confianza los panistas entre la ciudadaní­a es porque hemos descuidado nuestras banderas de siempre, la solidaridad, la responsabilidad social. Debemos apostarle menos a la publicidad y más al discurso de siempre, con el que obtuvimos muchos triunfos en 50 años" (13/I/04). No es correcto: los triunfos más importantes se han obtenido, como Fox lo sostení­a, más con publicidad que con "el discurso de siempre", es decir, la doctrina ética.

El caso es que con el triunfo de Fox, los doctrinarios también le fueron perdiendo el temor al poder. Aprendieron de los pragmáticos a buscarlo y a ganarlo, incluso al costo de sacrificar algunos de sus valores tradicionales. Por ello la campaña de Calderón no tuvo recato en incurrir en mentiras y difamación, excesivo dinero, y alianzas inconfesables (con el magisterio, por ejemplo, viejo defraudador del voto panista). Los doctrinarios llegaron finalmente al poder. Para lo cual primero debieron aceptar y adoptar las tesis y prácticas de los pragmáticos. Pero queda una duda: los pragmáticos resultaron buenos para conquistar el poder, pero muy malos para ejercerlo. Los doctrinarios aprendieron de aquéllos el camino para alcanzar el poder: ¿podrán ejercerlo con mayor eficiencia y al menos un poco más de honestidad? Lo veremos en los próximos años.