Si se enojan los volcanes

Elena Poniatowska
La Jornada 4 de julio

Antes de las 8 de la mañana del domingo 2 de julio, Paula Haro, mi hija, Lorenzo Hagerman, mi yerno, hicieron cola para votar en la avenida Revolución, en la Casa de la Cultura Jaime Sabines. Como Paula y Lorenzo no viven en el Distrito Federeal sino en Mérida buscaron una casilla especial para votar y los acompañé antes de ir yo a la colonia del Carmen, donde me tocaba. A las dos de la tarde, ellos aún no lograban votar (porque la casilla no se abrió a tiempo y eran muchos los votantes), y dos policí­as contaban a los que se mantení­an en la fila bajo el sol. "Sólo hay 750 boletas y no van a alcanzar". En la cola se formaron una gran cantidad de monjas (algunas de ochenta años) y ninguna se quedó sin votar, pero a las 2.30 de la tarde los de la fila tuvieron que renunciar a su voto (después de varias horas de espera) por falta de boletas. Aunque muchos fueron a gritar frente a la puerta de entrada: "Queremos votar, queremos votar", no les quedó más remedio que dispersarse.

Este no fue un caso aislado y se reciben cada vez más denuncias de este tipo, además de aquellos que aun teniendo credencial electoral no figuraban en el padrón. Si sumamos a todos los que no pudieron votar por una razón u otra -lo cual en sí­ es ya una violación a sus derechos ciudadanos- ¿no se revertirí­a el resultado de la votación que según el Instituto Federal Electoral le da 385 mil votos más a Calderón?

Si a esto se suman los meses de campaña de terror televisivo en los que se presentaba a Andrés Manuel López Obrador como el máximo peligro, si se añaden las amenazas de pérdida de casas y bienes, la coacción y compra de votos al viejo estilo prií­sta, las cotidianas calumnias, en fin todas las artimañas del pasado que el PAN revivió, todas las ilegales intervenciones del presidente Vicente Fox que tuvo una perenne intromisión en las elecciones, los mexicanos habrí­amos despertado a otro lunes 3 de julio y no éste que pretende darnos más de lo mismo.

Andrés Manuel López Obrador ha sido además, ví­ctima del "fuego amigo" de la llamada izquierda revolucionaria. Si Patricia Mercado hubiera sido tan señorial como Heberto Castillo en 1988, quien renunció en favor de Cuauhtémoc Cárdenas, serí­a imposible maquillar la diferencia de votos en favor de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, no hay que desesperar, ni resignarse. La suerte no está echada. Estamos movilizados, tenemos capacidad de respuesta, no vamos a aceptar que se quemen las boletas como en 1988, nuestra indignación sigue al rojo vivo, seguimos siendo volcanes bajo la blanca cúpula del Popocatépetl y la Ixtací­huatl.