La cultura presidencialista

Del Universal en lí­nea
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José Fernández Santillán
15 de diciembre de 2006

Este diciembre estamos viviendo un momento extraño. Y no porque nos estemos muriendo de frí­o con la onda gélida que nos azota o porque nos adentremos en la celebración de las tradicionales posadas, la Navidad y las fiestas de fin de año, sino porque, después de meses convulsionados ahora reina una aparente calma. De repente entramos en un remanso después de la agitación. Los más viejos han reconocido que, efectivamente, la disputa electoral registrada este año no tiene precedentes en la historia moderna de México.

La vorágine penetró progresivamente en lo más hondo de nuestra sociedad haciendo, incluso, que quienes usualmente no se pronunciaban en materia polí­tica lo hicieran con animosidad. Pero esa enjundia se está diluyendo. ¿Qué nos pasó?

La última gran rebatiña, como se sabe, fue la toma de posesión de Felipe Calderón como Presidente de la República para el periodo 2006-2012; una ceremonia, por cierto, deslucida en la cual, lo urgente era cumplir con el protocolo constitucional aunque las formas polí­ticas navegaran en aguas procelosas y los cuestionamientos sociales sobre la legitimidad del nuevo gobierno no cesaran. De la certeza democrática pasamos a la incertidumbre polí­tica en un lapso muy corto.

Cosas del destino: hace seis años Vicente Fox entró por la puerta grande. ¿Quién lo iba a decir? Al salir se fue, fí­sica y moralmente, por la puerta chica.

Ese del 1 de diciembre fue un acto sintomático: mostró el deterioro de dos instituciones fundamentales de la República, el Ejecutivo y el Legislativo. Se está tratando de sostener por medios ortopédicos la inocultable decrepitud de ambas ramas del Estado. Dejarlas intactas, tal como mal funcionan en estos momentos. En especial, la atención se vuelve a centrar en la Presidencia de la República. En esto consiste, a mi parecer, lo extraño del ambiente: se quiere sustituir el revuelo por la pasividad poniendo como icono al nuevo Presidente.

Como si al salir un individuo y al entrar otro a la cabeza del gobierno federal todo mejorará automáticamente. Al llegar Felipe Calderón a Los Pinos se quiere renovar la esperanza: "Ahora sí­ este es el bueno"; "ojalá le vaya bien para que también le vaya bien a México"; "hay que dejarlo trabajar para ver si nos cumple". Basta leer los innombrables desplegados dedicados a celebrar el ascenso de Calderón para darnos cuenta del sortilegio que aún despierta la figura presidencial. No importa la larga cadena de fracasos de los mandatarios anteriores.

Como en los tiempos de los gobiernos prií­stas, al Presidente de la República se le atribuyen, una vez más, facultades cuasimágicas para hacer frente a los graves problemas. Algo tiene de religioso este rito sexenal de poner los buenos deseos en un individuo iluminado. El advenimiento del ungido, como en los pasajes bí­blicos, reconforta a los desvalidos; le imprime un ánimo renovado a su pueblo. Él ha venido a hacer justicia en este valle de lágrimas.

Parece exagerado, sin embargo, ese es el tenor con el que se ha echado a andar la propaganda oficial que sufrimos todos los dí­as: "Inicia un nuevo rumbo para México. Muchas cosas van a suceder para que tú vivas mejor". Y detrás de la letaní­a van los turiferarios propalando la buena nueva del advenimiento del mesí­as (esta vez no tropical sino michoacano). No es casual que mientras la fundamentación del poder laico viene a menos, entren a su relevo las huestes clericales para apuntalar la creencia en la figura presidencial que antaño combatieron.

Laicos o clericales que sean, un buen número de comentaristas polí­ticos se han apresurado a "darle consejos al prí­ncipe" acerca de cómo debe gobernar. Consciente o inconscientemente están repitiendo la cultura autocrática. Ven la polí­tica, precisamente, "de la parte del prí­ncipe" (ex parte principis) y no "de la parte del pueblo" (ex parte populi). La atención otorgada al Presidente en ascenso requiere menos cultura que habilidad para colarse en las preferencias del público; lo importante es la forma, no el contenido. Hay que llenarlo de recomendaciones para que lleve por el rumbo correcto al paí­s. Esas también son las cantaletas que escuchamos en la mayorí­a de los programas de "análisis polí­tico".

Algunos medios de comunicación y, en especial, la televisión quieren levantar la vetusta institución presidencial con un bombardeo constante de las actividades que realiza Felipe Calderón y de las circunstancias que lo rodean. Desde los chismes de la corte hasta las señales que manda en cada nombramiento. La agenda pública, que deberí­a tomar en cuenta a la sociedad civil, la ponen los medios. Y la prioridad es inflar a la raquí­tica figura presidencial.

Esta es la paradoja que envuelve a los conservadores mexicanos: en las recientes elecciones federales mostraron un apetito insaciable de poder; pero, y allí­ lo extraño del asunto, aborrecen al Estado. En el mando desde principios de los 80 han ido minando sexenio tras sexenio al Estado hasta dejarlo en la inanición. Al adelgazarlo sin mesura terminaron por debilitarlo.

El caso es que no puede haber Presidencia fuerte si no hay un Estado fuerte. Pero como no existe la sustancia, entonces hay que llenar el vací­o de oropel. Reanimar la antigua cultura presidencialista a base de estrategias publicitarias. Hacer que la gente crea en el señor del gran poder con tal de que no se vean en el escenario los hilos que lo sostienen.

Es hora de darnos cuenta de que, efectivamente, como dijo Octavio Paz, los mexicanos tenemos una cultura piramidal que nos hace mirar inertes a la cúspide.

Mentalidad que es preciso sustituir por una verdadera cultura democrática cuya premisa fundamental consiste en dejar de creer que un solo hombre va a poder resolver, con sus dotes quirománticas, los problemas de más de 100 millones de personas. Sacudirnos el letargo que nos quieren imponer, buscar una alternativa que permita ponernos de pie y en marcha de manera conjunta. Sustituir la pirámide por el cí­rculo. Ver la polí­tica "desde la óptica del pueblo".

jfsantillan@itesm.mx

Académico del ITESM-CCM