John M. Ackerman: ¿Impunidad o nulidad?

Del Universal en lí­nea del 21 de febrero de 2007

El pasado 5 de septiembre el Tribunal Electoral se enfrentó a una decisión lí­mite: anular la elección presidencial de 2006 que habí­a costado cuantiosos recursos gubernamentales y contado con una amplia participación ciudadana, o dejar impunes las múltiples violaciones graves a la normatividad electoral y penal. Los magistrados se vieron obligados a elegir entre dos males, dos extremos igual de problemáticos para el desarrollo de la democracia en nuestro paí­s.

Fueron los mismos magistrados los culpables de esta situación. En lugar de esclarecer el proceso electoral por medio de la utilización plena de sus facultades y obligaciones, nos dejaron en una nube de opacidad. No hicieron suficiente por suplir la impugnación de la coalición Por el Bien de Todos, ordenar las diligencias necesarias para investigar el caso a fondo, requerir las pruebas solicitadas por la coalición, o actuar con plena jurisdicción.

Pero en México no deberí­amos depender tanto de nuestros magistrados electorales. El Tribunal Electoral emite la última palabra, pero hay una gran cantidad de actores y leyes que intervienen anteriormente. Uno de los principales responsables de la crisis electoral de 2006 fue el régimen de fiscalización y sanción electoral sumamente deficiente en nuestro paí­s. Las leyes en la materia son atrasadas y las instituciones a cargo de hacerlas valer han tenido un desempeño cuestionable.

Habrí­a que recordar que si bien la reforma constitucional y el nombramiento de los consejeros electorales en 1996 fueron decididos por consenso, esto no fue el caso para la reforma a la ley electoral. El Cofipe fue aprobado únicamente por el PRI. El viejo partido del Estado dejó varias trampas que obstaculizan la labor de fiscalización hasta la actualidad.

Por ejemplo: los artí­culos 270 y 271 del Cofipe no le otorgan al IFE capacidad alguna de investigación. Según la ley, todas las pruebas deberán "ser exhibidas junto con el escrito" de queja y el IFE únicamente puede solicitar información adicional "a las instancias competentes del propio Instituto". La ley tampoco le otorga a la Fiscalí­a Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) autonomí­a del Poder Ejecutivo federal. Asimismo, el Código Penal Federal deja al sector privado totalmente fuera de los delitos electorales. Los artí­culos 404 y 407 sancionan fuertemente a los ministros de culto y los servidores públicos que se inmiscuyen de manera ilegal en asuntos electorales, pero no existe ninguna pena para los empresarios.

El resultado está a los ojos de todos. Los recursos privados y públicos fluyen casi sin control y el sistema democrático empieza a desmoronarse ante nuestros ojos. El sistema electoral mexicano cada dí­a se parece más al sistema estadounidense, donde los representantes populares se compran y se venden en una gran subasta cada dos años.

Las reformas más urgentes en materia de fiscalización serí­an: primero, elevar a estatus de ley los criterios garantistas establecidos por el Tribunal Electoral con respecto a la fiscalización, incluyendo las tesis del "principio inquisitivo", el "levantamiento del velo", la "culpa in vigilando", y el "ilí­cito complejo"; segundo, dotar al IFE de manera explí­cita con facultades para sancionar administrativamente a individuos y candidatos. De otra forma se crea un incentivo perverso para los militantes, y a los candidatos, a violar la ley ya que siempre podrán pasar la factura a su partido polí­tico; tercero, transparentar todo el proceso de fiscalización para permitir la vigilancia ciudadana. Actualmente las facturas y los comprobantes de gastos de los partidos son reservados tanto durante como después del proceso de fiscalización; cuarto, reformar el Código Penal y otorgar autonomí­a plena a la Fepade.

La simulación y la impunidad todaví­a predominan sobre la transparencia y la rendición de cuentas en materia de fiscalización electoral. Si no reformamos la ley y nombramos consejeros electorales confiables y aceptados por todos los actores polí­ticos, al final de cada elección nos enfrentaremos a la misma decisión extrema y peligrosa del año pasado: nulidad o impunidad.

Investigador del IIJ de la UNAM