Porfirio Muñoz Ledo: 18 de marzo

De Universal en lí­nea del 22 de marzo de 2007

Si bien es cierto que quien no hurga en la historia difí­cilmente puede saber adónde va, también lo es que el ritualismo cí­vico termina enterrando al pensamiento polí­tico. La afirmación de sentido que implica la celebración del 18 de marzo, como la de cualquier otro evento memorable, exige una reflexión contextual: primero, sobre la magnitud de la decisiones que se celebran y luego, sobre la naturaleza de los problemas que hoy encaramos. Un doble ejercicio de actualización y de emulación.

El hecho mayor en el escenario energético nacional, es el agotamiento de nuestras reservas probadas de petróleo antes de que transcurran ocho años. El titular del Ejecutivo afirma que son 10, sin apoyo en ningún dictamen técnico conocido y sin considerar un eventual incremento de las tasas actuales de explotación. En dado caso, no asoma un proyecto proporcionado a las dimensiones de la catástrofe que semejante carencia sin atenuantes podrí­a representar para México.

Obviamente, nos convertirí­amos en un importador neto de hidrocarburos, sin capacidad financiera alguna para solventarlo y sin el equilibrio compensatorio que significarí­a el desarrollo de nuevas fuentes de energí­a. Las soluciones que se ofrecen giran en torno de la modernización de Petróleos Mexicanos, que conlleva la autonomí­a de gestión, el acceso a nuevas tecnologí­as, la construcción de refinerí­as, el combate a la corrupción y al desperdicio y, para el gobierno y sus aliados, la participación del capital privado en la industria, sobre todo para la exploración en aguas profundas.

Cuestiones fundamentales quedan sin elucidar. Si diéramos por buena la cifra de 15 mil 514 millones de barriles de reservas probadas que nos ofrece el director de Pemex -lo que serí­a inferior en 5.8% a las del año anterior- quedarí­a por saber el monto de las reservas probables y de las posibles. En un estudio preparatorio del coloquio sobre Desarrollo Sustentable y Transición Energética que preparaba hace poco Conacyt, se estimaba que las primeras ascenderí­an tentativamente a 11 mil 814 millones y las segundas a 8 mil 455 millones. Esto es, que en el mejor de los escenarios la durabilidad de nuestro petróleo no podrí­a extenderse más allá del 2025. La vuelta de la esquina histórica.

Muchos otros asuntos correlacionados siguen en el tintero. Por ejemplo, la necesidad de sustituir la venta de crudos por la de refinados o el imperativo de añadir valor agregado mediante el empleo del recurso como materia prima, más que como combustible; lo que implica la reconstrucción de la petroquí­mica y la producción de fertilizantes, útiles a su vez para la producción de biomasa. Tampoco de precios internos ni de su conexión con un programa de reindustrialización nacional. No se habla en fin de los efectos contaminantes de la generación extensiva de hidrocarburos, de las exigencias del Protocolo de Kioto y de las estrategias para reducir los efectos locales del calentamiento global.

Sobre la cuestión financiera y el régimen internacional de precios hay aun menor claridad. Se fatiga el argumento de siempre: las nuevas exploraciones requieren inversiones considerables que la empresa se encuentra incapacitada para realizar, luego, sólo queda la asociación con las transnacionales; sin especificar cuáles, cuándo, cómo, en dónde y para qué. Se olvida que el propio Ejecutivo vetó, por el dictado de la Secretarí­a de Hacienda, una ley que otorgaba mayor autonomí­a financiera a la empresa y que -al igual que en la infame reforma a la Ley del ISSSTE- lo que se está ocultando es el desistimiento del Estado para emprender la reforma fiscal que requiere para el ejercicio de sus funciones ineludibles.

Se omite mencionar la situación jurí­dica de los yacimientos de frontera en mares profundos y el análisis de las experiencias de codesarrollo puestas en boga entre paí­ses de Europa, América Latina y el norte de África, por las que se combinan recursos financieros, materiales y tecnológicos manteniendo intacta la capacidad de decisión de las partes. No se reflexiona sobre la evolución de los precios por efecto de la escasez de los hidrocarburos ni menos sobre la incidencia que nuestra polí­tica de alianzas podrí­a tener -como ocurrió en 1998- en el alza de los mismos. La conveniencia por tanto de una actitud conservacionista compartida: vender menos a mayor precio.

A todas luces estamos huérfanos de visión estratégica. Fingimos ignorar los proyectos de largo plazo en que están embarcados la Unión Europea, China, Japón y el sureste asiático, Venezuela y Mercosur y desde luego Estados Unidos, con lo que aceptamos implí­citamente nuestra supeditación a estos últimos. La idea misma de la transición energética nos es ajena. La evidencia de que los bloques de paí­ses intentan asegurar sus suministros, aprovechar o amortiguar las fluctuaciones del mercado, pero sobre todo, posicionarse para el futuro mediante el empleo inteligente de sus ventajas comparativas en el campo de las energí­as nuevas y renovables.

México propuso hace casi 30 años a las Naciones Unidas la elaboración de un plan mundial de energí­a que fracasó por la decisión de las economí­as centrales de estimular la sobreproducción para abatir drásticamente el precio de los hidrocarburos. Así­, el ambicioso plan de sustitución de fuentes que elaboramos en la Conferencia de Nairobi de 1981, que tuve el mandato de coordinar, naufragó por la incosteabilidad de la renovación energética. Quedamos atrapados además en la petrolización de la economí­a y endeudados por varias generaciones. Esa es la razón por la que periclitó el anterior modelo económico y se nos impuso la polí­tica neoliberal.

No podrí­amos volvernos a equivocar. Lo que México necesita es una polí­tica energética propia ejecutada con independencia. Entenderla como la espina dorsal de nuestra seguridad nacional y no como un servicio a la seguridad de los demás. Un proyecto de largo plazo que convoque a todos los actores polí­ticos, territoriales, económicos y académicos. Un consejo de Energí­a, de carácter plural y vocación federalista que supere la relación perversa entre presidencialismo y petrolismo. De la "administración de la abundancia", a la "subordinación inevitable".

La era de los combustibles fósiles está por terminar. En menos de dos centurias hemos agotado los yacimientos que tardaron millones de años en constituirse. De ahí­ que la polí­tica de hidrocarburos haya de ser cauta y astuta, por no decir avara. Fueron en el pasado la palanca del desarrollo y están por convertirse en el ancla del subdesarrollo. Lo que viene es la aventura del conocimiento y el ingreso pleno a la civilización del hidrógeno. El lema ya no habrá de ser "el petróleo es nuestro", sino "la ciencia es nuestra". Ese es hoy el significado del 18 de marzo.