Marchemos "por la vida"

Por Esto!
lunes, 02 de abril de 2007

Por Eduardo Lliteras

Vaticanerí­as

Es de esperarse que las marchas "por la vida" (así­, en abstracto, como un bonito discurso polí­tico) que promueve la Iglesia Católica y los grupos de extrema derecha en México con el fin de agregar militantes a su regazo, se extiendan e incluyan vehementes arengas a favor de esclarecer todos y cada uno de los incontables casos de abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes que aún permanecen silenciados en México.

La defensa "de la vida" deberí­a comenzar por aquéllos que ya están aquí­, entre nosotros. No cabe duda. La congruencia, lo exige (o exigirí­a) así­.

Cabe preguntarse por qué la Iglesia Católica y demás Iglesias cristianas no organizan marchas "por la vida" cada vez que suben los precios de los alimentos y de los productos básicos en México. Cada aumento significa hambre, desnutrición y muerte para miles de menores en México, en las zonas más depauperadas de la nación. ¿Por qué será que los prominentes purpurados y los Onésimos Cepeda no se manifiestan nunca contra las polí­ticas económicas neoliberales que, efectivamente, condenan al hambre y destruyen a las familias?. Hasta ahora, nunca he visto a Don Norberto Rivera encabezar una manifestación "a favor de la vida" de las familias, es decir, en contra de la miseria en el campo y de la falta de trabajo en las ciudades que obliga a padres y madres de familia a separarse de sus hijos y parejas para buscar el sustento en otros Estados de la República o en Estados Unidos.

Los buenos modales (o más bien, los intereses polí­ticos) obligan a callar y a mejor no condenar las guerras por el petróleo en Medio Oriente -donde mueren tantos niños que, efectivamente, son personas, seres con conciencia.

La "defensa de la vida", dicen los altos prelados, es estar contra la legalización de una práctica que ocurre, cotidianamente y gracias a la prohibición, en la clandestinidad de los tugurios sórdidos a donde las puritanas conciencias hacen que no ven.

Mientras esté prohibido y yo pueda lanzar arengas decimonónicas desde los púlpitos, me sentiré muy bien, porque tengo un discurso del que echar mano para capitalizar en términos polí­ticos sin tener que confrontarme, en concreto, con las polí­ticas, con las reformas legislativas, con los poderes fácticos, que en realidad atentan, de forma diaria, "contra la vida". Que talan y depredan la patria. Que explotan y matan de hambre a sus ciudadanos.

El tema de la legalización del aborto en la Ciudad de México ya se politizó, por obra y gracia de la Iglesia Católica. Ya en ese terreno, es claro, que no habrá posibilidades de diálogo. Por ejemplo, podrí­a ser factible que, como ocurre en Alemania -donde el aborto es legal- la Iglesia Católica y demás Iglesias, pudieran hacer labor social con las mujeres que pretenden abortar e intentaran convencerlas que no lo hagan. Tal vez, ofreciéndoles ayuda económica, o moral, al menos. Quizá proponiendo algún refugio temporal dónde vivir.

También, podrí­a ser posible que la Iglesia y esas organizaciones fascistoides que pululan en el paí­s con nombres que suenan a fanfarrias (como Provida) crearan estructuras donde fueran recogidos los niños de esas mujeres que no abortaran. Allí­, esos niños, podrí­an ser educados, alimentados y vestidos. Podrí­an gozar (hipotetizamos) del cariño de quienes los cuidaran, de esas monjas caritativas y de esos sacerdotes desinteresados. Claro, es de esperarse que ninguno cayera en las garras de esos temibles depredadores sexuales que tanto mal (a la vida de mujeres y hombres concretos con nombre y apellidos) han causado aprovechándose de su autoridad y del Crucifijo.

En realidad, es claro, que la legalización del aborto impulsada por la izquierda en la Ciudad de México, ha brindado la oportunidad a la derecha clerical y extremista de reaparecer en el escenario polí­tico nacional. Y a la Iglesia Católica de volver a jugar un papel en el contexto de una creciente crisis de credibilidad por los problemas legales que afronta el cardenal primado de México en una corte de Los Ángeles, por haber presuntamente protegido a un cura abusador de menores.

La trinchera de la oposición a la ampliación del derecho a abortar en nuestro paí­s es, como en otras latitudes, la negativa a la aprobación del matrimonio entre homosexuales, la lí­nea de defensa, última, del poder temporal de la Iglesia. No se trata de "defender la vida", sino de defender el poder y la influencia (muy legí­timos, por cierto) del Vaticano y sus Conferencias Episcopales ante el creciente secularismo y el "laicismo", pero sobre todo, ante el abandono de las conciencias de la moral católica.