¿Y ahora?

Hoy, la polí­tica no puede inspirar más que confusión. Tenemos a un gobierno saliente que sabe que dejó en el camino lo que le quedaba de dignidad y de capital polí­tico. Tenemos a un presidente electo en el que es difí­cil creer (a fin de cuentas, nuestro Tribunal Electoral reconoce que hubo ilegalidades, pero nomás tantitas, junto con un tibio regaño al Presidente y al Consejo Coordinador Empresarial - ¿No bastan tantitas ilegalidades para voltear un resultado como el que vimos? ¿No bastará acaso un recuento de los votos emitidos para lograrlo?) Pero la novedad esta semana es que tenemos, en la figura de Andrés Manuel López Obrador, a un (futuro, pues no asumirá su cargo hasta el 20 de noviembre) Presidente Legí­timo - ¿Para qué? ¿Qué hará? No lo sabemos. Tenemos una Convención Nacional Democrática, con un millón de delegados (cargo terriblemente mal elegido, dado que un delegado necesariamente recibió por encargo su nombramiento - Mientras que aquí­ para registrarnos como delegados lo único que tuvimos que hacer es registrarnos en uno de tantos escritorios). ¿Cuál es su función? ¿Qué debate llevará a cabo? No lo sabemos.
Estoy completamente de acuerdo en continuar por los medios que nos sean posibles la lucha contra la imposición de un candidato del cual no estamos seguros si ganó las elecciones, o por lo menos, de que se disipe la duda. Sí­, ya sé que los magistrados están seguros de esto, pero por el bien de México, más vale que millones de mexicanos que hoy en dí­a lo vemos como producto del fraude también lo estemos, o su gobierno no será nada terso. Estoy completamente de acuerdo en la fuerza que tiene el nombramiento que tomó/aceptó AMLO es fuertemente mediático, y que es imposible esperar que forme un gabinete que gobierne. ¿La figura de presidente legí­timo en resistencia equivaldrá, pues, a la de luchador social itinerante? ¿A qué apunta su estrategia?
No, no me paso del lado del PAN, ni tengo respeto por las instituciones que han demostrado su falta de transparencia, su desdén por la verdadera opinión del pueblo, y lo fácil que son de comprar. Pero tampoco estoy dispuesto a dar cheques en blanco. Aprovecho que tengo voz en un pequeño y tal vez poco influyente auditorio, y proclamo que estoy aquí­, que Felipe Calderón no será mi presidente, que creo que hubo fraude y que tenemos el deber de dificultar el gobierno a un usurpador o de exigir que nos sea demostrada su legitimidad. Pero tampoco estoy dispuesto a apoyar una idea cuyo desarrollo inicial siquiera no ha sido explicado a sus seguidores, que está cayendo en el caudillismo en el que nos comprometimos a no caer, que potencialmente puede desvirtuar lo mucho conseguido.
Sí­, necesitamos desesperadamente un cambio en el sistema polí­tico de este paí­s. Sí­, muy probablemente necesitamos de un Constituyente - De un Constituyente amplio e incluyente, que no deje a la izquierda fuera como lo han hecho los gobiernos de tantas décadas, pero que tampoco deje fuera a la derecha, que representa a una parte muy importante de la sociedad.
El movimiento de resistencia civil pací­fica se ha mostrado -cosa sorprendente incluso para quienes hemos trabajado por apoyarlo- muy incluyente, abierto a la crí­tica, abierto a la razón. Contrario a lo que repite la prensa en su intento de demostrar que somos un peligro para México, no veo el caudillismo desmedido, no veo las purgas de quien piense diferente. Pero cada que inicia una etapa es necesario plantear una reorganización - Estoy seguro que mi voz no es la única en este sentido. Estoy seguro que el futuro del movimiento nos inquieta a muchos. Es importante que alcemos nuestra voz, nos mostremos presentes y decididos a continuar, pero también a tomar las riendas, a conducir el movimiento, y no convertirnos en peones de lo decidido por las cúpulas.
Si estamos ante una verdadera Convención Nacional Democrática y ante una refundación nacional, este debe ser su primer reto.